Milagros Martínez
Tigres, 2023-2024
Mandé currículums a todos lados. Sin embargo, no se abría ninguna posibilidad y eso empezaba a desesperarme. Incluso llegué a pensar en dejar de entrenar.
Por suerte, apareció una oportunidad gracias a una entrenadora japonesa, Yuriko Saeki, quien estaba al frente del Villarreal femenino en Segunda.
Tenía una excelente relación con ella, y en las Navidades de 2018, Yuriko me llamó: “Mila, hay un equipo japonés que quiere hacer algo muy diferente. ¿Te interesa?”. El club era el Suzuka Point Getters, de la cuarta categoría en Japón, pero aun así muy importante allí, porque da acceso al fútbol profesional. Además, había buen nivel de juego.

“Claro que sí”, le respondí sin dudarlo a Yuriko. Después de mandar tantos currículums y una salida algo traumática como entrenadora del Albacete después de catorce años en el club, no podía desaprovechar la oportunidad que se me presentaba.
A los dos o tres días me llegó un email del club para ponernos en contacto, y en una semana llegamos a un acuerdo. “Queremos contar contigo” fue la confirmación del club a través también de un email. Muy nerviosa, recuerdo que llamé a mi hermano: “Vente a casa a decirle a mamá que me voy a Japón”. Imagínate la reacción de todos.
"Con el tiempo, lo veo como una aventura, pero en su momento fue durísimo: dejar a mi familia y marcharme a 11.000 kilómetros de casa"
Ya en Suzuka, la gente de la directiva del equipo me explicó en profundidad su idea: querían hacer algo muy distinto a nivel publicitario. Es decir, generar un impacto de marca. Por eso una entrenadora para un equipo masculino por primera vez en Japón. También me contaron cómo iba ser mi reducido grupo de trabajo: “No tienes analistas, ni preparadores físicos, pero sí pondremos un intérprete, alguien para ayudarte con el material y un fisio”.
Con el tiempo, lo veo como una aventura, pero en su momento fue durísimo: dejar a mi familia y marcharme a 11.000 kilómetros de casa. Fue como desaparecer de repente y aparecer en Japón, sin tener muy claro qué iba a pasar. Pero era evidente: o hacía algo grande y diferente, o en unos meses tendría que abandonar para siempre el sueño de ser entrenadora.

En Japón, eso sí, mis condiciones como entrenadora eran buenas. El club me proporcionó casa y coche, así que por ese lado no tenía gastos. Y el sueldo, al cambio, era de unos 2.500 euros al mes. Yo venía del Albacete cobrando muy poco. Así que al principio lo vi como un gran paso adelante.
"La directiva del equipo me explicó en profundidad su idea: querían hacer algo muy distinto a nivel publicitario. Por eso una entrenadora para un equipo masculino"
En lo deportivo, entrar en un vestuario masculino siendo mujer ya es un reto en cualquier lugar, pero más aún en una cultura tan tradicional como la japonesa. En la primera reunión con los jugadores en el vestuario, me puse de pie frente a todos, con la prensa a mi espalda haciendo miles fotos y grabando en vídeo. Algunos jugadores agachaban la cabeza por vergüenza, mientras otros se reían nerviosamente. Tuve un intérprete peruano que llevaba años en Japón.
Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que los mensajes no siempre llegaban como yo quería, así que aprendí a expresarme de forma más clara y directa. Digamos que me fui ganando a los jugadores por la manera de entrenar.

En Japón, el entrenamiento es casi militar: muy físico y mecánico. Yo llevaba una metodología más integral, con mucho trabajo con balón, también en la preparación, y análisis en vídeo. Tuve que llegar a acuerdos con los jugadores en los entrenamientos porque ellos querían seguir haciendo carrera continúa después de terminar las sesiones. “Vale, pero en vez de una hora, haced media”, les decía.
Poco a poco entendieron y aceptaron mi idea. Todos, y cuando digo todos son 35 jugadores en plantilla. Eso obligaba a que los entrenamientos fueran muy largos para que todos participaran. Una plantilla bastante diversa, por cierto. Un jugador había sido campeón en Japón. También tuve jugadores que habían ido con Japón al Mundial Sub-20 y chavales recién salidos del instituto, que eran los que recogían el material, limpiaban los vestuarios o recogían la ropa… Todas esas tareas como parte de su cultura de respeto. Además, había dos brasileños y un español.
"El tiempo me di cuenta de que los mensajes no siempre llegaban como yo quería, así que aprendí a expresarme de forma más clara y directa"
El primer año, el objetivo fue mantener la categoría. Algo que conseguimos a falta de tres jornadas para el final de temporada. El segundo fue el mejor: construimos la plantilla a medida, con jugadores que sabían jugar entre líneas y dominaban el balón. Quedamos en los primeros puestos. Sin embargo, en Japón no basta con ascender deportivamente. Necesitas tener un buen estadio y una afición importante para subir, y nosotros no teníamos eso.

El tercer año, sin embargo, se complicó. Tuvimos una racha de empates y fuera del campo, me afectó mucho anímicamente pasar toda la pandemia allí. Cerraron fronteras, y aunque el gobierno español me ofreció volver, yo decidí quedarme.
Al final de la temporada, hablé con el club, y acordamos que, si no remontábamos los resultados, lo dejaríamos. Jugamos contra el líder, íbamos ganando 1-0, pero expulsaron a mi delantero y perdimos 2-1. Fue triste perder ese partido, pero la despedida fue preciosa. Los aficionados me mandaron regalos en un día muy especial para mí.
"En Japón, el entrenamiento es casi militar: muy físico y mecánico. Yo llevaba una metodología más integral"
Al regresar a España, cerré el capítulo de Japón y comencé el de México. Primero con algunas entrevistas con equipos de allí, entre ellos Ciudad Juárez, el club que más insistió. A mí me motivaba mucho la idea de ir, pero claro, cuando me ponía a buscar información sobre Ciudad Juárez en Google, lo primero que salía eran cosas que me asustaban mucho sobre la seguridad de la ciudad.

“Vamos a hacer una cosa: voy una semana, y si me gusta, me quedo”, acordé con la directiva del club. Pues bien, esa semana fue increíble. Así que firmé sin dudarlo, a pesar de todos los problemas del equipo. Ciudad Juárez tenía muchas carencias: sin campo natural, sin gimnasio o sin vestuarios. Y venía de quedar último la temporada anterior. Pero yo sentía que se construía algo; había un proyecto por delante.
Hicimos una gran temporada, casi logrando la clasificación a playoffs. Y en el segundo año, acabamos sextas. Todo con un bloque muy sólido, un equipo de transiciones, fuerte en defensa y poderoso en balón parado.
"Antes era una persona que dudaba mucho de mí. “¿Seré capaz?”. Esa era la primera pregunta que me hacía antes de un partido o un gran reto"
Mi etapa en Ciudad Juárez me sirvió también para conocer el fútbol mexicano, muy distinto al español o japonés. Tácticamente es más caótico, y además está muy influido por la NWSL de Estados Unidos. Eso sí, los recursos que tienen muchos clubes son de muy alto nivel.

Tigres fue mi siguiente paso en México. Bueno, más bien un paso gigantesco. Lo tenía todo: un club gigante y una afición como pocas. Lo que se vive ahí no lo he visto en ningún otro lado. Antes de que se firmara mi contrato, le dije a mi representante: “Si esto sale, si Tigres me quiere, vamos con todo”. A los 15 días de estar en el club, fuimos campeonas del “Campeón de Campeonas”. Ganamos también el torneo Apertura, con un 3-0 en el Azteca en la ida de la final. Ese partido es el más bonito que recuerdo.
Hasta entonces, yo había logrado importantes éxitos, con buenas actuaciones y triunfos locales en Japón. Pero ganar un gran título en la élite como entrenadora te cambia. A mí me dio más confianza en mí misma.
"Veremos dónde me lleva el siguiente capítulo de mi diario, pero tengo claro que quiero que sea un reto que me permita seguir disfrutando de mi trabajo"
Antes era una persona que dudaba mucho de mí. “¿Seré capaz?”. Esa era la primera pregunta que me hacía antes de un partido o un gran reto. Como dije, los tres títulos que gané en Tigres me transformaron, pero también me consumieron, porque la competición en México no se detiene.

Necesitaba volver a casa para descansar, pensar y estar con mi gente. También para aclarar mis ideas después de tanto tiempo fuera y pensar en el futuro. Me gustaría entrenar en España o Inglaterra, sin duda. También en Francia, Alemania o Italia, donde las competiciones son muy fuertes. Pero no descarto volver a irme muy lejos de casa. Uno de mis sueños es trabajar en Estados Unidos.
Veremos dónde me lleva el siguiente capítulo de mi diario, pero tengo claro que quiero que sea un reto que me permita seguir disfrutando de mi trabajo. Del día a día en el campo y la táctica.
Para mí eso es lo más importante.

Milagros Martínez