Con esa nueva energía llegó Libertad de Sunchales, a finales de 2005. Un club tradicionalmente más conocido por el básquet, me llamó para que agarrara el equipo, que estaba en el Argentino B, igual que Patronato. Me tenían visto de ahí. Me llamaron varias veces, pero yo les dije que no.
Mi familia me decía: “¿Por qué no vas a escucharlos? Si es gente que insiste tanto, a lo mejor sale bien”. Les hice caso, fui hasta allá y les pedí como si yo fuera Marcelo Bielsa. Y a todo me dijeron que sí. Pero cuando tenía que arrancar, otra vez me vinieron las dudas. Por suerte, ahí estaba mi familia para convencerme de lo contrario.
El club, por si acaso, tomó sus precauciones. Me subieron al micro y me siguieron con el auto, porque tenían miedo de que me bajara a los dos kilómetros.
Libertad fue una estrella que pasó por el camino. Salvamos la categoría el primer año y ascendimos al Argentino A el siguiente.
“Las puertas se cerraban. Más que por parte de los directivos, por los propios ex jugadores”
Después la historia corrió muy rápido. El ascenso con Boca Unidos al Nacional B y la firma con Unión de Santa Fe. La situación había cambiado. Ya no se miraba tanto mi pasado como jugador, como sí mi desarrollo como entrenador.
Y llegó Talleres (abajo).
Desde el primer instante fue algo especial. Diferente a todo. Lo empecé a palpitar aquella tarde en la que atendí el teléfono y escuché al presidente, Andrés Fassi, comunicarme que querían sumarme al proyecto.
“¿Vienen para acá o voy para allá?”, le dije. Yo estaba en Buenos Aires y pensaba viajar a Córdoba.
“No, tenemos que ir a Miami. Te mandamos los pasajes”, respondió Fassi.
Llegué a un club donde la gente estaba irritada, cansada de ver proyectos que no habían funcionado. Pero dentro del grupo había una fuerza y una energía positiva, emanada por los jugadores, el presidente y por la propia institución.