Veljko Paunovic
Serbia Sub-20, 2014-2015
A veces caminaba hasta cuatro horas para ir a entrenar porque los buses no tenían gasolina para llevarte.
Pero eso no me importaba. Quedarme sin comer e ir a entrenar después del colegio para mí era lo normal. No me daba cuenta de lo que estaba pasando.
Viéndolo desde la distancia del tiempo, la guerra en Yugoslavia tuvo mucho impacto en el destino de la gente.
Pero siendo joven siempre ves el futuro de una manera positiva. Y el fútbol fue, sin ser yo consciente, mi escape.
Mi refugio. La burbuja donde me metía.
Nunca pude ver jugar a mi padre. Cuando yo nací él tenía 30 años y estaba acabando su carrera. Pero en mi país, cuando dices el nombre de mi padre, todo el mundo sabe de quién estás hablando: Blagoje Paunovic. Partizan de Belgrado. Yugoslavia.
Hablaba con él de fútbol en todo momento. En el desayuno, en el almuerzo, en la cena... A mis hermanos y mi hermana también les gustaba, pero yo heredé su talento y el amor por este deporte más que ninguno.
"Lo único que mi padre me exigía era que corriera como un caballo sobre el campo y afuera comiera como un caballo"
Me acuerdo que, de pequeño, vivíamos lejos del estadio de Partizan, así que nos pasábamos todo el camino a casa hablando de fútbol. Obviamente, había las preguntas clásicas sobre el colegio y otros asuntos, pero la mayoría del tiempo era sobre fútbol. De los equipos que entrenaba, de los partidos que veíamos por televisión, de sus experiencias como jugador.
Sobre todo de la final de la Eurocopa de 1968, cuando Yugoslavia perdió ante Italia.
Me contaba que cuando regresó a Roma después del campeonato, fue recibido por 10.000 personas que coreaban su nombre. Él y sus compañeros de equipo estaban orgullosos del trabajo que habían hecho, de estar tan cerca de ganar el oro. Me decía que esperaba que algún día yo pudiera sentir algo igual.
Él era defensa, jugaba como líbero. Veía muy bien el juego desde atrás, interceptaba y pasaba el balón a los centrocampistas con precisión. Yo mientras tanto, era un jugador más ofensivo, más creativo. Me gustaba unir la defensa con el ataque, desbordar. Nunca hablamos mucho sobre mi posición. Solo me exigía una cosa.
"Hijo, corre como un caballo sobre el campo y afuera come como un caballo".
Cuando yo tenía 17 años mi padre me dijo que me iba a sacar de Yugoslavia. Llegó a la gente adecuada y tomó los pasos requeridos para que el Atlético de Madrid (arriba) me viera y me fichara.
La gente del Atlético de Madrid, con Miguel Ángel Gil Marín -vicepresidente del club- y Radomir Antic -el entrenador en aquel momento- a la cabeza, me dieron a mí y mi familia la oportunidad de cambiar nuestra perspectiva. El fútbol ya era una decisión tomada antes de irme a España, pero también se convirtió en una bendición. Creo que he seguido el camino de esa bendición y, gracias a eso, soy una mejor persona y profesional.
El futuro de mi familia se hizo seguro gracias a la visión de mi padre, a la decisión que tomó entonces. Si no hubiera hecho lo que hizo, seguramente me hubiera tenido que quedar en Belgrado y luchar por sobrevivir a toda esa situación.
Tienes que entender, sin embargo, que nunca cambiamos de selección nacional, de bandera. Siempre fue Yugoslavia y cuando se desintegró era Serbia y Montenegro, y ahora Serbia. Mi padre siempre me habló de Yugoslavia. Murió sintiéndose yugoslavo, pero él también se sentía orgulloso de ser serbio y ese es ahora mi país. Yo nací en Macedonia, pero soy cien por ciento serbio.
Cuando me dieron la oportunidad de trabajar con la selección nacional fue un orgullo.
Sabía que después de mi etapa como futbolista quería ser entrenador. Con 29 años terminé el nivel I de entrenador y con 34 había terminado toda la formación. Pero hasta que no empiezas no sabes si esto es para ti o no. En mi caso fue un rotundo sí. Todavía recuerdo cuando terminé mi primera sesión de entrenamiento.
Me dije: "Ha sido impresionante. ¡Qué bien se siente uno!”.
Cuando me puse a trabajar con la selección Sub-18 tuve todos los recursos que necesitaba como entrenador. Sabía que podía entrenarlos como profesionales, porque eran lo mejor que tenía el país en esas edades. Ya formaban parte de las plantillas del primer equipo de sus respectivos clubes, sabían lo que era un entorno profesional y estaban en la penúltima selección para llegar a la absoluta. Para mí era como trabajar con profesionales, y así es como lo hicimos.
“Seleccionamos bien los jugadores. Escogimos jugadores que tenían hambre de triunfo, los que estaban preparados para morir el uno por el otro y por su país”
Fue un proyecto a largo plazo que me daba tiempo para desarrollar mis ideas y mi estilo como entrenador.
Era un grupo que llevábamos preparando durante tres años para el Mundial Sub-20 en 2015. Fue fácil porque sabían todo lo que se requería. Había que tener una comunicación de especial cuidado con ellos, porque estaban en sus clubes y no podíamos saturarlos. Pero la clave fue el trabajo realizado en los años anteriores.
Antes del Mundial, lo importante fue reunimos con bastante tiempo. Primero en Serbia, donde dormíamos con el horario de Nueva Zelanda para adaptarnos a las 12 horas de diferencia. Luego viajamos allí 12 días antes de empezar el Mundial, que fue lo justo para ajustarse: un día por cada hora de diferencia.
Hicimos también una buena preparación mental, además de la física.
Sin embargo, empezamos perdiendo contra Uruguay en un partido muy duro. Pero eso no nos hizo temblar. El equipo era muy fuerte y dijimos que iríamos a por los otros dos partidos. Habíamos seleccionado bien los jugadores, buscando los que tenían hambre de triunfo, los que estaban preparados para morir uno por el otro y por el país, con el objetivo de lograr algo que nunca se había conseguido antes.
Según íbamos avanzado en el torneo jugábamos mejor. Cuanto más difíciles era los partidos, mejor éramos. Antes del campeonato, todo el mundo decía que nos había tocado un grupo muy complicado, que sería muy difícil pasar. Les hicimos unas camisetas a los jugadores donde estampamos el mensaje de que "Dios da sus misiones más difíciles a sus mejores soldados".
Lo interiorizaron muy bien y así fue: A mayor oposición mis chicos fueron más fuertes y mejores.
“Mi padre había fallecido seis meses antes del Mundial. Después del pitido final, apunté hacia el cielo”
Durante el Mundial ganamos muchos partidos en circunstancias difíciles. En octavos de final vencimos a Hungría en el tiempo extra. En cuartos a Estados Unidos en penales. En semifinales a Mali también en la prórroga. Todo eso no fue por casualidad. Nos sentíamos indestructibles.
Después de la semifinal el ambiente era de euforia. Estábamos en la final contra Brasil y no teníamos nada que perder.
Recuerdo que cuando todos se fueron a dormir, como a las 4 de la mañana, abrí mi ordenador, vi mis notas y me dije a mí mismo: "Vamos a ganar la final. Vamos a ganarle a Brasil". Lo tenía claro.
Habíamos ido para eso. Antes de ir al Mundial dije que lo grabaran todo porque tenía claro que lo íbamos a ganar. Una cámara nos siguió durante todo el campeonato. También en la preparación de la final. En ese vídeo está excluida la parte táctica, pero sí está la motivacional. En ella les dije a mis jugadores que habíamos nacido para ese momento.
Anotamos el gol del triunfo a tres minutos del final de la prórroga. Todo el banquillo estalló de alegría, pero yo le dije a todos que permanecieran en calma. Quedaban tres minutos, tres minutos donde, incluso, pudimos hacer el tercer gol.
Después del pitido final apunté hacia el cielo. De vuelta en Belgrado, en la plaza principal, donde se celebran los grandes eventos, fuimos recibidos por más de 50.000 personas.
Mi padre quería que algún día yo llegara a sentir lo que él sintió todos esos años atrás. Fue una pena que él no viviera para verlo.
Había fallecido seis meses antes en diciembre pero, por supuesto, pensé en él.
Toda mi vida tiene que ver con el fútbol y eso fue gracias a él.
Redacción: Héctor Riazuelo