Un partido. Después ya se vería.
La primera vez que me puse la Albiceleste fue en un amistoso ante México en Los Ángeles, apenas siete meses antes del Mundial de 1986.
Carlos Bilardo (abajo) sabía cómo jugaba porque me había tenido dos años antes en las categorías inferiores de Argentina. Conocía la clase de persona y el jugador que era. Sabía lo que podía dar a la selección.
No obstante, en ningún momento me habló de futuro. Tenía que ganarme el puesto si quería ir al Mundial.
Bilardo fue el entrenador que nos acostumbró a ganar y nos hizo ver a todos lo que significaba jugar un Mundial. Sinceramente creo que ese año fue el mejor de mi carrera como futbolista.
“Maradona lo tenía claro: quería ser campeón del Mundo. Para mí es el mejor jugador de la historia y en ese Mundial lo demostró”
Bilardo también nos convenció de su manera de jugar. Llevó tiempo, pero terminamos captando su idea. Las charlas que daba señalaban a un tipo obsesivo con su trabajo. Siempre estaba encima de cada pequeño detalle, controlándolo todo.
A cualquier hora.
Era una persona que casi no dormía. Así que si se le pasaba algo por la cabeza iba a tu habitación y te lo contaba, aunque estuvieras durmiendo. Una vez terminada la charla cerraba la puerta y se iba. Luego tú te volvías a la cama. Lo hacía antes del primer partido o en la noche previa a la final.
Pero no solo pasaba eso durante las concentraciones.
A lo mejor sonaba el teléfono en casa de madrugada y era él para contarte algo. Vivía las 24 horas para el equipo sin importarle otra cosa. Pero Bilardo era así. Lo conocíamos y estábamos acostumbrados.