Xabi Alonso
Jugador: Real Sociedad 2000-2004, Liverpool 2004-2009, Real Madrid 2009-2014 y Bayern de Múnich 2014-2017
Conocía al Liverpool, pero no sabía mucho del equipo.
De la magia de Anfield. La energía y la pasión de The Kop. La belleza de una noche donde todo el estadio se estremece.
Todo eso, y mucho más, iba a ser nuevo para mí. Fue un gran paso con 22 años. Pero estaba listo para el desafío. Listo para absorber y aprender lo más rápido posible.
Aprender rápido era algo a lo que estaba acostumbrado.
En mi primer club profesional, la Real Sociedad, nunca jugué en las categorías inferiores, entré directamente en el segundo equipo.
¿Cómo pude estar listo para eso? Fue gracias al Antiguoko, un equipo de San Sebastián, donde había pasado casi 10 años como jugador. Antiguoko no es un club profesional, pero se trabaja muy bien.
Teníamos equipos muy buenos, con jugadores como Mikel Arteta, Aritz Aduriz, Andoni Iraola y mi hermano Mikel.
En Antiguoko, todo el trabajo se hacía con el balón. La técnica y la comprensión del juego. Esa buena base es la que se quedó con todos nosotros para el futuro. Nos dio buenos principios y buenos hábitos para ayudarnos a avanzar y crecer como jugadores.
Desde el momento en que hice mi debut en el primer equipo de la Real Sociedad (arriba), mi sueño era ganar el título. Unos años más tarde, el sueño casi se hizo realidad.
En la temporada 2002/03 tuvimos un grupo que, en términos futbolísticos, tenía una buena conexión. Grandes jugadores extranjeros, como Darko Kovacevic, Nihat Kahveci y Valeri Karpin. Jugadores que nos dieron el aporte competitivo que necesitábamos.
En Raynald Denoueix tuvimos un entrenador que nos hizo jugar de una manera diferente.
Nadie lo esperaba, pero esa temporada luchamos por el título con el Real Madrid hasta el último día.
Para la Real Sociedad, ganar La Liga es casi el equivalente a una Champions League o un Mundial.
Estuvimos tan cerca...
Siempre digo que esa es una espina que tengo clavada.
Para mí, la clave para tomar la decisión de irme al Liverpool fue la determinación y la seriedad de la gente del club y, por supuesto, del entrenador. Cuando Rafa Benítez me llamó me explicó exactamente cuál era el proyecto. No se trataba de un proyecto a corto plazo, sino de algo a largo plazo.
Rafa siempre ha sido muy ambicioso. En ese momento, él acababa de ganar la Liga y la Copa de la UEFA con el Valencia. Eso hizo que las expectativas fueran altas. Pero él también sabía que tenía que formar el equipo paso a paso. No se podía construir todo solo en un año.
Me dijo exactamente lo que quería de mí. Estaba muy claro: quería que jugara en el medio campo junto a Stevie Gerrard (abajo) y Didi Hamann, y que intentara dar más control al juego, porque todos sabemos lo intensa y frenética que puede ser la Premier League.
Tratar de adaptarme a ese ritmo iba a ser el mayor desafío para mí y para mi juego.
Pero, como dije, estaba listo.
Por supuesto, yo también quería hacer mi juego. Controlar, organizar, hacer que mis compañeros jugaran mejor. Esa fue mi idea del fútbol.
Cuando entras en un vestuario que ha sido muy estable, con jugadores que han estado allí durante mucho tiempo, es importante que estos te den la bienvenida. En Liverpool fueron principalmente Stevie, Jamie Carragher, Didi y Sami Hyypia. Eran los líderes del equipo. Y me aceptaron rápidamente.
Creo que vieron algo en mí, y eso hizo que mi bienvenida fuera más cálida. El hecho de que estaba dispuesto a aprender de ellos, aprovechar su experiencia, significó que no me llevó tanto tiempo adaptarme.
Unos meses después de mi llegada a Liverpool, recuerdo el partido contra el Arsenal de los “Invencibles” en Anfield: Patrick Vieira, Freddie Ljungberg, Robert Pires, Thierry Henry... Era un equipo increíble.
Pero los vencimos 2-1, y anoté el primer gol.
Tener tal impulso tan pronto fue algo increíble para mí. “¡Esto es lo que me gusta. ¡Esto es lo que quiero!”, me dije a mi mismo.
La Premier League me dio muchos de esos momentos. Nuestros partidos contra el Chelsea en la primera era de José Mourinho fueron súper batallas. Ese primer año los vencimos en las semifinales de la Liga de Campeones. Después en las semifinales de la FA Cup. Al año siguiente, en semifinales de la Champions League de nuevo.
Jugábamos contra ellos al menos cuatro veces al año. Pero a mí no me importaba. Me encantaban esos partidos. Y me encantaba competir contra Frank Lampard, un jugador muy fuerte pero muy justo.
Por supuesto, mi primera temporada en Liverpool siempre será recordada como el camino que llevó a Estambul. Podría hablar mucho sobre ese camino.
Para mí, sin embargo, hay un paso a lo largo que se destaca. Un paso sin el cual nunca hubiéramos llegado a la final de la Champions League ese año.
Ocurrió la noche del 8 de diciembre de 2004: la primera noche mágica en Anfield que viví.
Estábamos jugando contra el Olympiakos. Era nuestro último partido de la fase de grupos, y al descanso estábamos perdiendo 1-0. Para pasar, necesitábamos marcar tres goles.
Uno a uno los fuimos consiguiendo con Stevie anotando el último cuando el partido estaba a punto de concluir.
Estoy seguro de que The Kop hizo que marcamos al menos uno de esos tantos debido a la energía y la pasión que transmitieron esa noche. Fue increíble. Anfield rugía. Tienes que estar allí para experimentar una noche tan hermosa.
Fue mágica, realmente.
Cuando recuerdo mis cinco años en el Liverpool, creo que fue el último en el que probablemente teníamos el mejor equipo. Hicimos muchos puntos en la Premier League esa temporada, pero en esos años el Manchester United era un gran equipo y el Chelsea también. Así que fue una competencia difícil.
Ganar la Premier League ese año hubiera sido la guinda del pastel de mi época en Liverpool. Pero, al final, tuvimos la sensación de que nos dejamos algunos puntos en las primeras jornadas de la temporada que marcaron la diferencia. Terminamos con 86 puntos, pero United consiguió 90.
Sentí entonces que era el momento apropiado para buscar otro desafío. Y no había un desafío más grande que ir al Real Madrid.
Habían pasado muchos años sin que el equipo estuviera donde se merecía. Muchos años cayendo en los octavos de final de la Champions League. En ese momento empezaba un nuevo proyecto. Y el club confiaba mucho en mí. Mostraron un gran interés en el importante papel que yo podría tener en el equipo. Eso realmente me motivó.
Cuando motivas a un jugador y le explicas lo que se espera de él, lo que quieres de él, eso lo hace crecer en confianza.
Llegué como un jugador maduro, pero para tomar el control de la mitad del campo en Madrid necesitas más que eso. Necesitas creer en ti mismo. Y tienes que confiar en que los demás crean en ti.
Ese año se firmaron muchos jugadores. Terminamos segundos en la Liga a tres puntos del Barcelona, y sufrimos una decepción en la Champions League de nuevo en octavos. Pero creo que fue un año en el que se sentaron las bases para un gran proyecto, lo que finalmente nos llevó a ganar “La Décima”.
Aunque fue difícil para nosotros. En esos años nos enfrentamos al brutal desafío de superar al Barcelona, un Barcelona que no era el habitual.
Normalmente, el Barcelona siempre tiene buenos equipos, por supuesto, pero el equipo de Pep Guardiola era excepcional.
Después de jugar tantos partidos contra ellos, nos conocimos con gran detalle. Y empezamos a cambiar pequeños puntos que nos permitieron luchar contra ellos cara a cara. A partir de entonces, los resultados fueron muy parejos.
Luego llegó “La Decima”.
Antes de la final de la Champions League en Lisboa, la semifinal contra el Bayern de Múnich fue uno de los partidos más intensos y exigentes para nosotros.
Ganamos el partido de ida 1-0 en casa, pero en el de vuelta cometí un error y recibí una tarjeta amarilla que significaba que no jugaría en la final.
En ese momento, el mundo se me vino encima.
Un mes después, estaba viendo la final desde la grada. Sentí mucha frustración por no poder estar en el campo de juego, donde quería estar. Jugando por algo por lo que había estado luchando.
Como miles de aficionados, viví ese partido muy intensamente.
Fue muy difícil. Durante mucho tiempo parecía que se nos escapaba. Pero entonces, todo cambió en un segundo. Con un cabezazo de Sergio Ramos (arriba).
Eso es lo maravilloso del fútbol. Te da grandes sorpresas, grandes alegrías.
Esa es solo una de las razones por las que, cuando terminé de jugar, no podía dejarlo atrás.
Cuando empecé a entrenar con el equipo infantil en el Real Madrid fue un reto para mí porque había pasado mucho tiempo jugando en la élite.
Tenía que adaptarme a los niños, a su nivel de juego, a su forma de ser. Eso me hizo cambiar mi mensaje y mi forma de comunicarme.
Me dio mucha satisfacción hacerlo, sin embargo.
Y no pude evitar ver un poco de mí mismo en esos jóvenes jugadores: en sus ojos, sus esperanzas, sus deseos. Esos sueños que tienen.
Ahora, he vuelto al principio. A mi principio. La Real Sociedad, donde mi primer sueño casi se hizo realidad.
Y, una vez más, estoy listo para un nuevo reto. Listo para aprender de todo lo que venga.