El Camino 1 min read

El lado bueno de las cosas

El lado bueno de las cosas
Fotografía: Real Sociedad
Redacción
Héctor García
Publicado el
abril 14 2021

Natalia Arroyo

Real Sociedad, 2020-Presente

Aunque pueda sonar raro, le estoy agradecida a las lesiones porque fueron marcando mi camino.

Con 16 años, fui una de las tres jugadoras que subió del filial al primer equipo para participar en una fase de ascenso. Me acompañaron Alba Mena y Adriana González.  Era una oportunidad de cumplir el objetivo de instalarme de manera definitiva en el primer equipo del Barça y de poder subir a Superliga.

No fue bien, nos derrotó el Leioa -que pasaría a ser después el Athletic Club, campeón de los campeonatos siguientes-, aunque a las pequeñas nos sirvió para quedarnos en el A.

"Tres lesiones de quirófano en cuatro años. “¿No estaría el fútbol dándome un aviso?”, me cuestioné"


Seguí trabajando duro para hacerme un hueco, pero tuve pocos minutos con las mayores. Era un equipo veterano, y eso lo hacía difícil para las jóvenes. Yo me movía entre el primer y el segundo equipo, tratando de demostrar que podía tener espacio arriba. Sin embargo, todo se rompió en un amistoso entre nosotras a final de temporada, en 2005.

“Rotura del ligamento cruzado”, me dijo el médico. No. ¡La maldita rodilla en el peor momento!

La lesión era una interrupción en mi trayectoria. Me esperaba una larga recuperación y esas dudas malditas de cómo será todo cuando vuelvas a estar bien.

Ya no fue lo mismo. Realmente, nunca volvió a ser lo mismo.

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Me dieron el alta después de las Navidades, aunque me costó algunos meses recuperar el ritmo y dejar de sentirme torpe en el campo. En ese proceso de volver a sentirme bien y en pleno verano llegó la revolución en el club, iban a cambiar las cosas y se quería rejuvenecer la estructura. Y en esos planes mis 19 años eran un problema.

No tenía sitio ni arriba ni abajo.

El Espanyol -que acababa de ganar un doblete- me ofreció una oportunidad a la que me aferré ilusionadísima. Me daban una pretemporada para demostrar si mi nivel era para quedarme en el primer o segundo equipo. Tenía que renunciar al verano, pero a cambio se me abría una puerta en la élite. ¡En un equipo campeón! ¡Y en un equipo que iba a jugar Champions!

"En realidad, todo empezó mientras aún era jugadora. Mi primera vez comentando un partido de televisión y mi primer banquillo"


No fue fácil tener minutos en aquella plantilla tan potente, lo sabía, pero peleaba cada entrenamiento por mejorar. Cada minuto que pudiera tener era un regalo. Y en eso estaba durante un torneo en Semana Santa, titular y en la final, cuando salí rebotada en un empujón y me fracturé la muñeca. KO otra vez. Quirófano otra vez. En el peor momento otra vez. A mí, otra vez.

Fue distinto que con la rodilla, quizás más frustrante, pero igualmente largo y, cuando volví, seguía sintiendo que algo no terminaba de ir bien. No fluía en el campo. Decidimos que lo mejor era dar un paso atrás, jugar en Nacional en el Levante Las Planas, para intentar volver a ser yo, coger vuelo, encadenar partidos y ganar confianza. Todo iba bien hasta que, a los cuatro meses de empezar la temporada, volví a escuchar ese ‘crack’ maldito. Era la otra rodilla, pero era otra vez la rodilla. De nuevo una maldita lesión.

Tres lesiones de quirófano en cuatro años. “¿No estaría el fútbol dándome un aviso?”, me cuestioné. Sentí que sí. Que, fuera por lo que fuera, no encontraba la manera de jugar al nivel que yo quería. No me alcanzaba. Y encima estaba sufriendo. Yo siempre había disfrutado de ese sufrir futbolístico, de estar en tensión en el partido, de defender una marca que se te escurre, de estar cansada… pero no era eso. Era otra cosa.

Y no me valía la pena.

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Tenía claro que en el futuro quería llevar una vida activa y que debía cuidar mi salud. Además, estaba terminando la carrera de Comunicación Audiovisual y comenzaban a salirme pequeños trabajos para comentar partidos y escribir crónicas. ¡Podía seguir relacionada con el fútbol!

No dudé que colgar las botas era la mejor decisión y me decidí a sacarme el título de entrenadora.

En realidad, todo empezó mientras aún era jugadora. Mi primera vez comentando un partido de televisión y mi primer banquillo. Todo, en el Espanyol. El equipo tenía por delante varios partidos importantes de Liga y la Televisión de Catalunya preguntó si alguna protagonista podría estar disponible para las retransmisiones. “Natalia está estudiando para ello y ahora está lesionada”, le señalaron desde el club. La lesión, qué oportuna de repente.

Poner eso en el currículum me ayudó después, ya retirada, a abrirme camino en distintos medios en Catalunya y, especialmente, en Gol Televisión, una cadena nacional en España. Me hicieron una prueba y les gustó cómo lo hacía. Empezamos con Iván Fanlo con los partidos femeninos, y luego ya me dieron partidos de Primera masculina. De repente era la analista de la tele.

“Las mujeres también tenemos espacio en el fútbol masculino. Es cuestión de tiempo que se dé el paso. Estoy convencida de ello”


En paralelo a todo eso me fui formando como entrenadora, junto con Marta Cubí y Carol Miranda, compañeras de equipo. Ayudé a llevar el Infantil del Espanyol y luego dirigí, ya como primera, el B del Levante Las Planas. Aquello de entrenar me gustaba. No era lo mismo que jugar, pero me gustaba. Y cada vez más.

Mi suerte fue que la Federación Catalana decidiera hacer una apuesta firme para potenciar el fútbol femenino, que quisiera hacerlo con mujeres, y que las buscara desvinculadas de cualquier club. Yo ya había colgado las botas. ¡Qué oportuno, otra vez! Durante varias temporadas tuve la suerte de dirigir a algunas de las mejores generaciones de jugadoras del país. Una mezcla de responsabilidad y qué privilegio. Con ellas aprendí a equivocarme y a ser mejor.

Compaginaba periodismo y selección, mirando de equilibrar hacia dónde tiraba más la balanza…

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Y la balanza se empezó a decantar durante las prácticas del tercer nivel de entrenadora. Elegí un equipo de Segunda B de Barcelona, el Prat. Era un equipo masculino, toda una novedad para mí, pero era una puerta nueva para conocer la dinámica del día a día, y acercarme a la realidad semiprofesional. Fueron unos meses magníficos en los que vi claro, no sólo que entrenar me tiraba, y mucho, si no que podía ser válida para muchos más roles dentro de un staff que el que siempre me había imaginado.

Y que las mujeres también tenemos espacio en el fútbol masculino. Es cuestión de tiempo que se dé el paso. Estoy convencida de ello.

"La Real Sociedad me ofrecía la posibilidad de entrenar al máximo nivel y con un grupo de jugadoras espectaculares y con un proyecto ambicioso y en una ciudad preciosa"


Andaba yo con esa cosa de querer estar en el día a día de un equipo cuando recibí una llamada de un número desconocido. En realidad, no pude atenderla porque estaba comentando un partido en la radio, pero leí el mensaje. Me dejó impactada: “Soy Roberto Olabe –director deportivo de la Real Sociedad-. Te he intentado localizar… Llámame en cuanto puedas”.

Eran pasadas las doce de la madrugada cuando salía de trabajar y tuve que contenerme para no responder la llamada en plena noche. Dejé un breve mensaje avisando de que al día siguiente respondería. Estaba inquieta. ¿Sería lo que pensaba que sería? ¿No quería ilusionarme de más, pero y si…?

Al día siguiente hablamos Olabe (arriba) y yo, y sí, era lo que soñaba. La Real Sociedad me ofrecía la posibilidad de entrenar, al máximo nivel y con un grupo de jugadoras espectaculares y con un proyecto ambicioso y en una ciudad preciosa… Ilusión y vértigo. Y unas ganas tremendas de empezar de inmediato.

Fotografía: Real Sociedad

Se me amontonaban mil cosas. Miedos y certezas. Mi falta de experiencia en el día a día contra mi conocimiento de la categoría. Todo lo que tendría que resolver por primera vez contra todo lo que tantas veces me había imaginado que querría hacer.

Pero, como siempre había hecho, busqué el lado bueno de las cosas. Y eso era que en televisión me había pasado muchos años analizando lo que pasaba en los partidos, comentando aciertos y estrategias delante de un micrófono, desgranando los planes de todos los entrenadores. Llevaba años siguiendo la evolución de las nuevas generaciones como seleccionadora, en campeonatos cortos y sin tiempo de construir un modelo de juego real. Y aunque mi etapa como jugadora quedaba ya lejos, había vivido lo suficiente como para conocer las dos caras del juego.

Tocaba dar el salto.

Cumplir un sueño.

Ver hasta dónde llega este nuevo camino.