Luis Fernando Montoya
Once Caldas, 2003/04
Yo tuve la enorme suerte de cumplir mi sueño.
Llegué a Once Caldas en 2003, un equipo que hasta entonces había sido históricamente de mitad de tabla para abajo. Así que nadie nos exigía ganar la liga, y menos todavía ganar una Copa Libertadores o jugar la final de la Intercontinental. No estaba en la historia del club.
Pero, ¿por qué no soñar en grande?
Hoy veo el fútbol colombiano y a sus jugadores, y echo de menos futbolistas con hambre de hacer cosas grandes. Piensan más en la plata que en conseguir cosas que queden en la historia. El dinero está bien, de eso no hay duda, pero un futbolista no solo juega por dinero. Deben jugar por hacer cosas grandes.
Lo primero que hice en Once Caldas fue comprometer a los futbolistas. Metí en sus cabezas la idea de juego que yo quería para el equipo. Partía con una ventaja, y es que había podido escoger a los jugadores que yo quería. Un entrenador se puede equivocar en todo, pero nunca en la elección de los jugadores.
Aquellos futbolistas de Once Caldas compartían mi idea de juego, se sentían identificados con ese fútbol basado en el equilibrio para atacar y defender, y, después, tenían sentimiento. Todos ahí amábamos nuestra profesión. Ellos la de jugador; yo la de entrenador.
"Nadie nos exigía ganar la liga, y menos todavía ganar una Copa Libertadores o jugar la final de la Intercontinental"
Pero esto no solo es en el fútbol, debe ser en cualquier ámbito. Si no amas lo que haces, ¿qué sentido tiene hacerlo?
Ganamos el Torneo Apertura por primera vez en la historia del club. “Ok, está muy bien, pero no vamos a parar aquí, ¿no?”, le dije a los chicos. Por ese sentimiento de hacer grandes cosas, llegamos también a la final de la Copa Libertadores. Boca era el gran favorito, el equipo por el que todo el mundo apostaba, pero creo que nosotros tuvimos más ganas o, mejor dicho, más sentimiento, que ellos de ganar esa final. La Libertadores nos abrió una ventana más: la Intercontinental.
Jugamos con el Porto. El Porto campeón de Europa de José Mourinho. Mourinho ya no estaba como entrenador en el partido en diciembre de 2004. Se había marchado meses antes al Chelsea, pero ese equipo seguía siendo suyo. Jugaban con su estilo.
Me quedé con las ganas de poder hablar con Mourinho, de tomarme una foto con él. Ojalá, en algún momento de la vida, podamos vernos, tomar un café y charlar. Desgraciadamente, aquella final contra Porto se nos fue en los penaltis. Pero yo nunca hablo de que perdimos ese partido, sino que empatamos a uno de los mejores equipos que se hayan visto en Europa.
"Todos en Once Caldas amábamos nuestra profesión. Ellos la de jugador; yo la de entrenador"
Todo, como podrá imaginarse, era felicidad en aquellos momentos. Vivíamos grandes días con un equipo que ni en sus mejores sueños habría soñado con lo que estábamos consiguiendo. Cuando tienes tanto impacto, tu nombre también empieza a sonar para diferentes clubes.
Se habló de la Roma, de que yo lo tenía hecho con ellos. Solo faltaba el viaje a Italia para la firma, decían. Pero nada de eso era cierto. Como tampoco del Atlético de Madrid. El único club que habló conmigo fue Racing de Avellaneda. Me llamó aquella mañana del 22 de diciembre de 2004.
“Buenos días ‘Profe’. Nos gustaría poder hablar con usted porque nos parece muy interesante su trabajo”, me dijeron. Yo estaba en ese momento fuera de casa, no podía hablar, así que les emplace a hacerlo media hora más tarde: “Cuando llegué a mi casa y ahí podemos hablar en confianza”.
Dicen que timbró y timbró el teléfono de mi casa, pero nadie agarró la llamada. En ese espacio de tiempo, yo había llegado a casa, saludé a mi esposa, llamaron a la puerta y ahí mi vida cambió. Recibí dos disparos. No recuerdo nada de ese momento.
"Me quedé con las ganas de poder hablar con Mourinho. Ojalá, en algún momento de la vida, podamos vernos"
Desperté en el hospital, lleno de cables por todos los lados, enganchando a una máquina para respirar y sin poder mover ninguna parte de mi cuerpo. Solo podía mirar al techo. ¿Qué sentido tiene vivir así? No paraba de llorar y llorar. No quería hablar con nadie. Pero ese pensamiento no solo me hundía a mí, sino también a mi familia, que ya tenía bastante.
Hubo un momento que decidí cambiar de actitud. Está bien, ya nada volverá a ser igual que antes. Por supuesto, ya no podría volver a entrenar después de todo lo que me costó llegar ahí, pero seguía conmigo lo más importante: mi esposa y mi hijo. Debía hacerlo por ellos.
Fueron cuatro meses muy duros en el hospital, pero desde ese día, casi dos meses después del atentado, tenía un sentido: continuar hacia adelante. Yo elegí como entrenador qué nómina de jugadores quería para conseguir los títulos que gané en Once Caldas. También elegí a mi familia para seguir adelante.
Con ese espíritu, lo siguiente fue independizarme del respirador. Estaba conectado a él las 24 horas del día, solo me lo quitaba para el baño. “Doctor, quiero desconectarme de esta máquina y respirar por mí solo”. El doctor pensó todo lo contrario: “Lo siento ‘Profe’, pero por ética profesional no puedo hacer eso”, me dijo.
"Dicen que timbró y timbró el teléfono de mi casa, pero nadie agarró la llamada"
Bueno, busqué entonces una opción. “Está bien, pero le pido que al menos lo intentemos, y vamos a hacer una cosa. Yo me lo quito 30 segundos, usted no haga nada a no ser que me vea morado. Si aguanto, avanzamos”. Eso le convenció, o al menos le llevó a darme esa oportunidad. Me quité el respirador y pasaron los treinta segundos. Pensé entonces en llegar al minuto y lo hice. Después, a los dos minutos... Pasado un tiempo, me desenchufé del todo.
Ese fue el regalo para mi hijo.
Desde aquel 22 de diciembre de 2004, toda mi vida ha sido lucha y fe. Lucha por seguir adelante cada día. Y fe porque, independientemente de qué religión tengas, ahí arriba creo que hay un ser superior. A mí ese ser superior me dio una segunda oportunidad. Y me he prometido aprovecharla todo lo posible dentro de todas mis limitaciones.
Una de las cosas en las que participo es transmitir el mensaje contra la no violencia. Nadie le puede arrebatar la vida a otra persona. La vida es lo más importante que hay. En una de las charlas, alguien se me acercó para hablar conmigo. Me dijo que había compartido celda con el hombre que había atentado contra mí en el atraco a mi casa. “Está muy arrepentido”, me dijo.
"Si me permiten el consejo, ya sean entrenadores, entrenadores o tengan cualquier otra profesión persíganlo"
“Está bien, dile que no se preocupe más”, le dije a esa persona que se acercó a hablar conmigo. No es que lo haya perdonado o no. Para mí eso no tiene sentido. Pero tampoco lamentarse más, porque el daño ya está hecho.
Hace poco, también me licencié. ¿Por qué lo hice? Me preocupaba hacerlo porque mucha gente pensaba que yo era un ignorante que llegué al fútbol por afición. Pero yo, cuando entrenaba, era un tecnólogo deportivo, con especialización en fútbol. Yo tenía ese título, pero me faltaba la licenciatura. Y ahora por fin la tengo.
Muchas veces, cuando veo fútbol, casi siempre con mi hijo, me imagino yo ahí. En ese escenario, dirigiendo desde el banquillo. Me hubiera gustado hacerlo en Europa, en grandes equipos, pero desgraciadamente no pude. Sin embargo, eso no me quita la felicidad que tuve de cumplir mi sueño. Fui entrenador. Gané una liga, una Libertadores y estuve en la Intercontinental.
Cada uno de nosotros y nosotras puede alcanzar su particular sueño. Por eso, si me permiten el consejo, ya sean entrenadores, entrenadoras o tengan cualquier otra profesión, no importa cuál, persíganlo.
Nada debe pararlos.
Luis Fernando Montoya