David Moyes
West Ham, 2019-Presente
“Chico, solo hay un club para ti, y ese es el Everton”.
Estaba viendo un partido en Blackpool cuando un anciano escocés me dijo esas palabras, muchos años antes de que yo terminara en Goodison Park. Asentí con la cabeza, sonreí amablemente y no pensé más en eso.
Pero fue algo que se me quedó grabado. Al final resultó ser verdad.
Las circunstancias fueron difíciles al comienzo porque estaba en fila para sustituir a Walter Smith. Walter fue posiblemente mi mayor mentor, y un buen amigo a quien podía llamar por teléfono para pedir consejos o intercambiar ideas.
No quería empezar a conversar con el Everton antes de que su futuro estuviera decidido. Al final, una derrota en Middlesbrough puso punto final a su etapa, y todo empezó ahí.
Creo que nadie puede comprender totalmente que representa dar el paso a la Premier League. El primer día, entré al vestuario y vi a Paul Gascoigne, David Ginola, Duncan Ferguson y Tommy Gravesen. Estaba lleno de jugadores internacionales. Puedes tener todos los títulos de entrenador, pero nadie te prepara para ese momento.
La cuestión es cómo manejas esta situación.
Había grandes egos en ese vestuario, pero uno no puede llegar simplemente exigiendo respeto. Tienes que ganártelo. Lo haces al entrenar, mostrando en las sesiones en el campo que sabes bien de lo qué estás hablando. En definitiva, cuando hace falta, también tienes que mostrar que eres el jefe.
Cuando llegué al Everton ya llevaba cuatro años entrenando, todos en el Preston North End. Sin embargo, mi formación como entrenador empezó mucho antes.
Podría decirte que me contagié temprano del gusanillo de entrenar. Cuando era un aprendiz en el Celtic, pasaba los veranos ayudando en los cursos de entrenamiento. Éramos como conejillos de indias.
Un día estabas jugando en el mediocampo, el siguiente como lateral derecho, luego delantero centro... Aprendiendo todos los matices de cada posición. Puede sonar como algo aburrido para hacer durante tus vacaciones, pero para mí era como estar en el cielo. Disfrutaba cada minuto.
"Antes del Mundial de 1998, le escribí a todos los países que participaban en el torneo, preguntando si podía asistir a los campos de entrenamiento"
Con 22 años tenía todas las calificaciones como entrenador. Luego hice todo el proceso otra vez en Inglaterra porque me preocupaba que los cursos en Escocia no tuvieran el mismo peso que más abajo de la frontera. No sé si muchas personas han completado los cursos dos veces, pero eso es lo que hice.
Desde ese momento todo fue investigar. Escuchar, mirar, aprender cosas que pensé que serían de valor para mí más tarde. Cada entrenador que tuve me ofreció algo diferente.
Sin embargo, probablemente el mejor entrenador con el que trabajé fue Andy Roxburgh, quien tenía a su cargo los juveniles de Escocia cuando yo era un adolescente. Ya entonces podía ver que Andy estaba adelantado. Siempre estaba a la búsqueda de ideas nuevas y nos hablaba de cosas nuevas que vio en el extranjero.
Esa sed de conocimientos se quedó conmigo. Recuerdo ir al Mundial de 1998 como observador solo para ver como se comportaban los mejores jugadores.
Antes del torneo, le escribí a todos los países que participaban en el torneo, preguntando si podía asistir a los campos de entrenamiento. La única respuesta que me llegó fue de Craig Brown, el seleccionador de Escocia. Me invitó a Avignon para seguir sus preparaciones.
Tu trabajo como entrenador es salir y encontrar algo. O escuchar algo, entender algo. Hay ciertas lecciones que no se pueden aprender en las clases. Ese mes en el sur de Francia, mirar los entrenamientos de Escocia y participar en el Mundial me sirvió para mi educación como técnico.
Para ese momento, ya llevaba unos meses en mi carrera como entrenador, ya comenzando a poner en práctica la teoría. Mirando hacia atrás, el Preston era el terreno de prueba ideal para un entrenador joven, dándome tiempo y espacio para desarrollar mis ideas.
Allí fui hacia el final de mis días como jugador y pronto me convertí en jugador-asistente del técnico, Gary Peters. Cuando Gary perdió su trabajo, se habló de mí para el puesto, pero no era algo seguro.
El público quería un nombre grande, alguien más emocionante. Querían a Joe Royle o Ian Rush como su entrenador, no David Moyes.
"Yo crecí con el Celtic. Allí no podías hacer otra cosa que atacar y quería inculcar esos valores en el Preston"
Por fortuna, el presidente, Bryan Gray, vio las cosas de forma diferente. En el Preston hacían las cosas de forma consistente, normalmente haciendo que los ascensos fuesen en orden jerárquico.
Gary había reemplazado a John Beck y ahora era mi turno. Al principio fui jugador-entrenador, pero eso no duró mucho. Jugué pésimamente en un par de partidos que perdimos, así que me saque yo mismo del equipo y me concentré totalmente en entrenar.
El Preston estaba en una situación complicada con peligro de descender, pero mantuvimos la categoría y eso hizo que todo el mundo creyera en el proyecto. Nos dio el impulso para la siguiente temporada.
Uno de los grandes objetivos era lograr que el Preston jugara buen fútbol, fútbol de ataque.
Yo crecí con el Celtic. Allí no podías hacer otra cosa que atacar. Era lo que la hinchada exigía. Quería inculcar esos valores en el Preston y los jugadores se mostraban interesados en acogerlos. No era el fútbol de posesión que ves hoy en día, pero siempre queríamos meter centros en el área, hacerle llegar el balón a los pies de los delanteros.
Eran las cosas en las que trabajábamos regularmente.
El ascenso a la Division One (Segunda División) mostró que nuestros esfuerzos estaban dando resultado y, un año más tarde, casi alcanzamos la Premier League.
Fue una temporada increíblemente dura. Mira los tres equipos que subieron: el Fulham de Jean Tigana, el Blackburn de Graeme Souness y el Bolton de Sam Allardyce, que nos ganó el play-off final. Todos esos equipos se quedaron en la Division One durante una década, lo que demuestra su calidad. Pero estuvimos increíblemente cerca de poner al Preston arriba.
Comencé la siguiente temporada sintiéndome un poco desanimado, algo que probablemente era inevitable. Se marcharon algunos jugadores. Estábamos comenzando a ver la desintegración del equipo porque no habíamos alcanzado la Premier.
Y también me estaban llamando para cubrir vacantes de entrenador.
Me reuní con varios clubes: Sheffield Wednesday, Southampton, Nottingham Forest y algunos otros. Todos eran puestos de Premier League, pero no estaba seguro de ninguno.
Recuerdo que fui a ver a Sir Alex Ferguson para pedirle consejos después de conversar con el Wednesday.
Se sentó allí, en su oficina de Carrington y revisó toda la plantilla, jugador por jugador. Tenía tantos conocimientos. Finalmente, dio su veredicto: “No, David, no creo que sea un puesto tan bueno”.
Así que volví a trabajar con el Preston.
"Quería mantener los valores del Everton, pero también quería traer una cultura más moderna, y eso lleva mucho tiempo"
El Everton, sin embargo, fue diferente. Era el trabajo correcto. Y al que llegaba con una idea clara.
Ya había decidido que no quería ningún jugador que estuviese al final de su carrera, ganando mucho dinero, pero sin valor de reventa y sin longevidad.
Mi plan era conseguir jugadores jóvenes, emocionantes, con hambre. Sabía que no podía hacerlo de la noche a la mañana, pero gracias a los conocimientos que traje de la Division One sabía que había tres o cuatro jugadores de esa liga con ganas y podían dar el siguiente paso.
El mejor ejemplo en esos días iniciales es probablemente Tim Cahill (abajo). Llegó con hambre y tenía determinación y dureza. El presidente, Bill Kenwright, y yo lo vimos jugar ante Millwall, y desde la primera reunión Bill pensó que tenía una gran personalidad. Lo demostró y, desde su llegada, fijo un nuevo estándar en la plantilla.
Las primeras temporadas en Goodison Park fueron con altibajos. En mi primer año terminamos séptimos. Después decimoséptimos, cuartos, undécimos... Llevó tiempo cambiar lo que había allí: que se fueran algunos jugadores, que se desarrollaran otros y comprar nuevos.
Creo que los entrenadores se dan cuenta que eso no puedo pasar de la noche a la mañana. El problema es que los dueños lo entiendan.
Cambiar un club de fútbol no es algo que puedas hacer rápidamente. Quería mantener los valores del Everton, pero también quería traer una cultura más moderna, y eso lleva mucho tiempo.
Si miras la historia del fútbol británico, hemos visto algunas verdaderas dinastías. Piensa en Nottingham Forest. Brian Clough estuvo allí durante 18 años. Sir Bobby Robson estuvo en el Ipswich durante 13 años. Y, por supuesto, Sir Alex en el Manchester United. Lo que se destaca es que esos clubes, en esencia, todos tuvieron un alto nivel de éxito durante esos períodos.
Para los entrenadores de ahora, llegar a los dos años en un mismo club es un logro. Si puedes seguir ganando, puede que llegues a cinco. Solo espero que alguno llegue hasta los diez.
Creo que es algo que cada vez vemos menos, pero espero que no vaya a desaparecer. Recuerdo mi etapa en el Everton con gran cariño porque me dieron el tiempo para realmente darle forma al club. Y yo creo que logramos cosas notables con lo que teníamos. Fue un viaje increíble.
"Aprendí mucho sobre fútbol en España. Aprendí mucho sobre mí mismo también. Es necesario que más entrenadores tengan esa experiencia"
Cuando me fui al Manchester United, pensé que era el comienzo de otro capítulo importante en mi carrera. Su interés llegó de la nada, pero sí creo que cumplía con el prototipo de entrenadores que elegían.
Está el ejemplo de Sir Alex: él había tenido mucho éxito en el Aberdeen, pero no dirías allá por 1986 que era el nombre más grande que había para contratar en Old Trafford.
El United tenía un historial de escoger personas cuyos valores coincidían con los del club. Yo era un entrenador que tenía fe en los jugadores jóvenes, conocía el valor del trabajo duro y la determinación, y podía mejorar a los jugadores en el campo de entrenamiento.
Creo que esa es la razón por la que el Manchester United me escogió. Fue un momento que me llenó de gran orgullo.
Sir Alex había completado 27 temporadas al mando, y la longitud de mi contrato me dejó ver que el United tenía en mente otro proyecto a largo plazo.
El United fue uno de los últimos clubes en tener esos principios: no cambiaban entrenadores todo el tiempo como en otros equipos. Ya eso no ocurre más, pero no tengo ningún resentimiento.
A fin de cuentas, si vas a entrenar a los mejores equipos, tienes que ganar. Yo no gané lo suficiente y lo entiendo totalmente. Fue una experiencia fantástica, pero también decepcionante.
Cuando me llegó la oportunidad de ir a España, me sentí realmente afortunado.
Siempre había querido tener la oportunidad de trabajar fuera del Reino Unido. Pero para ser totalmente honesto, Alemania habría sido mi primera elección. Me gustaba como estaba organizado el fútbol alemán, su profesionalismo.
Cuando me llegó la llamada de la Real Sociedad, lo primero que pensé fue: “¡Madre mía, esto podría significar un tipo de jugador diferente! ¿Cómo voy a lidiar con eso? ”
Pero era algo que me emocionaba. Me interesaba estar fuera de mi zona de confort y ampliar mis horizontes. Y resultó ser una experiencia genial.
La Real Sociedad es un gran club con una fuerte filosofía: la mayoría de los integrantes de la plantilla tienen que haber surgido de las categorías inferiores.
Lo encontré difícil para empezar, pero al asentarme comencé a entender sus valores y el orgullo que hay detrás del club. Puede que esa política les impida convertirse en uno de los mejores equipos en España, pero el club representaba algo. Realmente apreciaba eso.
Aprendí mucho sobre fútbol en España. Aprendí mucho sobre mí mismo también. Es necesario que más entrenadores tengan esa experiencia. En Reino Unido somos muy buenos importando los mejores técnicos de otros países, pero pareciera que no podemos colocar a nuestros entrenadores en las grandes ligas de Europa.
Yo fui uno de los pocos afortunados.
De nuevo, todo tiene que ver con aprender y sigo teniendo el mismo deseo de mejorar mi comprensión del juego.
El deporte ha cambiado tanto en los últimos tiempos, en general para mejor, pero hay retos. Lo que no queremos es que todos los equipos jueguen el mismo tipo de fútbol. Si se convierte en un partida de ajedrez, nos vamos a aburrir.
Tenemos que incentivar la variación –en estilos, filosofías, enfoques– y darle a los entrenadores tiempo para que pongan en práctica sus planes apropiadamente.
El fútbol nunca deja de evolucionar. Me encanta seguir las nuevas tendencias que se van desarrollando. Ver ideas frescas que dan fruto sobre el campo.
Incluso ahora, veinte años después de comenzar mi carrera como entrenador, observo con la esperanza de ver algo que nunca he visto antes.
Redacción: Héctor Riazuelo