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Diario de una final

Diario de una final
Fotografía: Héctor Vivas/Getty Images
Redacción
Héctor García
Publicado el
enero 28 2019

Diego Alonso

Pachuca, 2014-2018

Era algo nuevo para mí.

En mi carrera como jugador había ganado títulos, pero nunca alcancé la sensación que tuve tras ganar la Champions CONCACAF como entrenador con Pachuca.

Cuando ganas como jugador lo disfrutas de otra manera. Primero porque eres protagonista dentro del campo. Desarrollas tu actuación. Demuestras que tienes el nivel suficiente para poder estar ahí, en ese escenario tan grande. En definitiva, juegas al fútbol. Pero cuando ganas como entrenador un título del nivel de la CONCACAF estalla toda esa adrenalina que has acumulado en la banda.

Fue a los 21 años -apenas había echado a andar mi carrera como jugador profesional en Bella Vista- cuando me di cuenta de que mi sitio estaba en el banco.

Me gustaba ser entrenador más que jugador. Disfrute jugando, pero sabiendo que mi pasión era entrenar. Siempre que me preguntan, a todo el mundo le digo que tuve la suerte de ser un entrenador que jugaba al fútbol.

Eso me hacía enfocar los entrenamientos de distinta manera que mis compañeros. Me interesaba por el trabajo de los técnicos, el del cuerpo técnico, la preparación física…

Apuntaba cada una de las sesiones que realizaba, hasta que un día lo tiré todo a la basura.

¿Por qué?

Me di cuenta de lo que estaba haciendo no me servía de nada. Los entrenamientos deben ser una vivencia de lo que uno quiere, y no una copia de algo. Cuando acabé mi carrera, todavía con contrato en vigor como futbolista, decidí que me iba al banco.

“Tuve la suerte de ser un entrenador que jugaba al fútbol”


Mi último partido fue la final de la Copa Libertadores de 2011 con Peñarol ante el Santos de Neymar.

Después de eso -nos ganó Santos- decidí dar el paso como entrenador. Dos meses después ya estaba en un equipo de Primera en Uruguay, Bella Vista –donde empezó también mi carrera como jugador-.

En 2014 llegó la oferta de México para entrenar a Pachuca, después crecer como entrenador en equipos como Guaraní, Olimpia de Paraguay y Peñarol. Y Pachuca fue el primer club que me dio la oportunidad de ganar mi primer gran título internacional como técnico.

Manuel Guadarrama/Getty Images

El primer impacto tras el final del partido fue de pura emoción. Lo primero que hice fue abrazarme con la gente de mi cuerpo técnico. No recuerdo muy bien lo que nos dijimos, pero estoy seguro que serían palabras de euforia.

Luego salimos corriendo al campo para celebrarlo con los jugadores. En esa alocada carrera, mi alegría iba tomando forma con lágrimas en los ojos. Ganar la CONCACAF representaba para nosotros el final feliz a un año de duro trabajo.

Al comenzar la temporada, después de haber ganado el Clausura 2016, nos trazamos el objetivo de ganar la competición, un título especial para el club y que nos permitiría jugar también el Mundial de Clubes.

Volver a ser grandes.

Pero para conseguirlo necesitábamos ser los mejores en todo. Cada día. En los entrenamientos, en los partidos, en el cuidado personal de los jugadores… No podíamos cometer un error.

La respuesta del grupo, lejos de sentir vértigo, fue espectacular.

A cada partido de la CONCACAF le dábamos una importancia vital, nosotros y la afición. Ellos nos hacían mejores cada partido que jugábamos en casa. Batimos récords, ganamos muchos encuentros por goleada y encajamos pocos goles. Una temporada enorme que acabó ante un rival como Tigres.

Tigres tiene el presupuesto más alto de México y uno de los tres primeros de la zona CONCACAF. Buenos jugadores y un gran entrenador.

"Saber qué decir y a quién en cada momento, ese trabajo es parte del entrenador"


Sin embargo, a nivel de motivación y preparación fue muy fácil afrontar la final, porque estábamos listos para ese momento desde hacía un año.

Y había otra ventaja. En lo táctico, Tigres era un equipo que nosotros conocíamos mucho, y sabíamos que podíamos ganarles. Lo habíamos hecho en anteriores ocasiones.

Dependía de matizar algunos aspectos del juego con el que poder neutralizar el suyo.

A pesar de todo, el primer tiempo del partido de ida nos costó muchos controlarles. En la segunda mitad sí conseguimos ajustarnos y frenarlos, logrando el resultado de empate a uno.

Al regresar al vestuario, las sensaciones eran muy buenas.

Es cierto que no habíamos ganando el partido, pero ese resultado nos permitía afrontar la vuelta con la tranquilidad de jugarnos todo en casa, donde llevábamos más de año y medio sin perder.

Manuel Velasquez/Getty Images

En los días previos, la dinámica de trabajo fue la misma de siempre. También el diálogo con los jugadores. Mi teoría, en esas charlas, es que todo depende del grupo y los jugadores que tengas. No a todo el mundo se le puede decir lo mismo. Y no siempre se puede repetir el mismo discurso.

Por lo tanto, el mensaje del partido de ida no valía para el de vuelta. Ese trabajo le corresponde al entrenador, saber qué decir y a quién en cada momento. Siempre que hablo con el futbolista busco potenciar un aspecto, animarlo a alcanzar un objetivo o introducirlo en la dinámica del grupo si se siente fuera de ella.

Yo o mi cuerpo técnico, ya que muchas veces el jugador tiene más cercanía con otros miembros del staff por diferentes motivos de trabajo.

Jugué miles de veces ese partido en mi cabeza. Todo el tiempo. Escucho a otros compañeros de profesión, y todos coinciden en que tratan de imaginar lo que va a pasar.

"Para mí hay algo fundamental: la idea de juego no es mía, sino de todo el equipo"


Pero también tienes que preparar lo que no puede pasar. Eso lleva a no tener un momento de relajación. Lo estás viviendo constantemente.

Todas las ideas que tengo son tantas que hasta que no las aclaro no las comentó con mi cuerpo técnico. A ellos nunca les doy mi opinión a la hora de plantear el problema. Eso influiría en su idea y la respuesta no sería limpia. Quiero que tengan su punto de vista, y a partir de ahí generar un debate.

A veces también las comentó con algún jugador, saber cómo solventarían ellos un determinado problema.

Y es que hay algo que para mí es fundamental: la idea de juego no es mía, sino de todo el equipo. El arte del entrenador debe ser que la idea de juego sea de todos. No por imposición, sino por convicción.

Eso servirá para transmitírselo al grupo y que puedan tener todas las herramientas necesarias para solucionar un problema.

Así es mí dinámica en el vestuario.

Azael Rodríguez/Getty Images

El partido de vuelta llegó con empate a cero al descanso. En ese momento, en el vestuario, solo tratamos de ajustar ciertas cosas para aumentar el dominio que habíamos tenido en la primera parte, donde habíamos minimizado a Tigres.

Aunque estés jugando bien, como era nuestro caso, un entrenador siempre debe hacer más cosas para mejorar a su equipo. Con nuestras armas, virtudes y defectos, debíamos seguir siendo mejores ante un equipo con un potencial superlativo.

La victoria (1-0 gol de Jara en el minuto 83) fue algo más que un título. Era algo especial para el equipo, para los aficionados y para la ciudad. Conseguir el gran desafío que nos habíamos marcado un año antes, logrando también el boleto para el Mundial de clubes, donde competimos con los mejores.

Pero para mí no cambió nada en el día después.

¿Qué pensaba? Sencillo, en cómo volver a ganar de nuevo.

Es cierto que esto no te asegura el éxito, pero es mi manera de entender esta profesión.

Una filosofía de trabajo que me acompañará siempre como entrenador.