Jorge Fossati
Selección de Perú, 2024-Presente
Decidí que era el momento de volver a casa. Al menos por un tiempito.
Después de estar 24 años trabajando fuera, lo necesitaba. Estar en mi ciudad, mi país y con mis afectos. Y River Plate de Uruguay me ofreció esa posibilidad. También estaba la parte sentimental: fue el club que vino a buscarme la primera vez para dirigir a un equipo de mayores.
Mi salida se dio en mi tercer año. Con contrato firmado para continuar, sorpresivamente apareció Peñarol a finales del 95’.
Y River, en vez de ponerme trabas, hizo todo lo contrario. Recuerdo como si fueran hoy las palabras del presidente Carlos Molinari en su despacho: “Flaco, -soy conocido en el ambiente del fútbol uruguayo como ‘flaco’- vos y yo sabíamos que esto algún día iba a pasar. Te tuvimos en River, te disfrutamos, nos diste muchas cosas, te lo mereces. Y sabes que te deseo lo mejor”.
El salto a Peñarol –había estado 8 años como jugador y del 91’ al 93’ en el equipo de juveniles como entrenador- era grande y con un solo desenlace posible. El equipo venía 3 años consecutivos de salir campeón uruguayo con Gregorio Pérez. Así que era terminar de construir el puente hacia el “quinquenio” o poner una bomba al puente. Por suerte sucedió lo primero, ganando el cuarto título de Liga consecutivo.
A pesar de eso, decidí salir de Peñarol. Lo hice por discrepancias con la directiva. Mientras yo estaba en el cargo el club habló con otro entrenador. José Pedro Darmiani, el presidente, dijo a su directiva: “Acá se queda Fossatti”. Sin embargo, yo ya había tomado la decisión de que me iba a casa. Antes que nada estaban mis principios. (Luego Gregorio Pérez terminó de completar el “quinquenio”, el segundo en los más de cien años de historia de Peñarol).
Meses después llegó la oportunidad de dirigir en Club Cerro Porteño (abajo). Suponía un nuevo reto para mí: cruzar a otro país. Un momento muy importante para cualquier entrenador. Te enfrentas al reto de demostrar que también puedes trabajar fuera del entorno que conoces.
"Fui a Paraguay, en principio, por seis meses. Pero me vinieron a hablar para renovarme un año más"
Mi contacto con Cerro fue a través de Carlos Kiese, colega paraguayo, con quien yo había compartido en Independiente de Argentina y luego en Olimpia de Paraguay en mi etapa de jugador. Me llamó porque había tenido un problema serio con la Federación Paraguaya de Fútbol, y lo habían suspendido por un larguísimo tiempo como entrenador.
“Jorge, agarra tú el equipo. Si dices que sí, inmediatamente hago llamar por el presidente”, me dijo por teléfono.
Le dije que lo cubriría los meses que demorara el juicio que tenía, y fui a Paraguay, en principio, por seis meses. Pero Carlos seguía con su problema y me vinieron a hablar para renovarme un año más.
Sin embargo, solo estuve hasta fines del 97’ porque renuncié.
Lo hice así porque desde la Asociación Uruguaya de Fútbol, Carlos Molinari -mi presidente en River-, y otros tres integrantes del Ejecutivo de la Federación, que tenían que ir a la Confederación en Paraguay, me pidieron reunirse conmigo para ofrecerme la selección de Uruguay. Para empezar el proceso de 1998 al 2002.
Después de esa reunión ya quedé con la cabeza puesta en la selección. Mi nombramiento se iba a hacer efectivo en marzo del 98', pero tres meses antes de eso preferí serle franco al presidente de Cerro, Don Luis Domingo Lezcano.
“Yo, la verdad, estoy viendo a los jugadores de Cerro y estoy imaginándome a Darío Silva o a cualquier otro de la selección. Ya no tengo la cabeza acá, y tampoco me gusta robar la plata. Me voy presidente”.
Domingo Lezcano lo entendió y me vine a Uruguay a esperar a ser nombrado seleccionador. Pero justo en marzo del 98 cambiaron las reglas de juego en Uruguay, porque fue la primera vez que se licitaron los derechos de la televisión. Y la empresa que ganó la imagen de la selección y los derechos del fútbol uruguayo le sugirió al ejecutivo -con el peso que implica ser el dueño de la imagen- que trajeran a Daniel Passarella.
Por primera vez la selección uruguaya iba a ser dirigida por un argentino, por un extranjero. Más allá de quién fuera, nombraron a Passarella, y yo quedé afuera.
Mi carrera siguió, porque me vino a buscar Danubio, donde estuve tres años. Después fui a Colón.
La oportunidad de la selección volvió a aparecer. Estaba en Liga de Quito, en 2004. Uruguay empezó muy mal los clasificatorios para el Mundial de Alemania 2006 y en el sexto partido la ejecutiva decidió cambiar. Me llamaron y yo, a pesar de lo que había sucedido antes, ni me lo pensé. Soy de los que me crié pensando que la selección es lo más alto que hay, y en lo futbolístico no hay otra cosa más importante para mí que dirigir a tu país.
Hice las gestiones con la directiva de Liga de Quito y ahí asumí como seleccionador de Uruguay, más allá de calcular riesgos o mirar otras conveniencias.
Los primeros partidos fueron complicados, pero gracias a Dios tuvimos la Copa América, que fue un momento en el que pudimos trabajar con los jugadores y de allí salimos reforzadísimos en todo sentido.
Acá la Asociación era un caos. Un caos con mayúsculas. Pero eso es un tema aparte. Y con esos muchachos, ese grupo (arriba), jugamos hombro con hombro, y prácticamente solos hicimos una segunda parte de la eliminatoria notable, invictos. Eso nos clasificó para el repechaje, ante Australia.
Pero no pudimos pasar la eliminatoria. No me acuerdo ni de los días que estuve en casa encerrado después de quedarnos fuera del Mundial. No quería atender a nadie. Solo hablaba con mi familia. Hasta el día de hoy no hay una frustración más grande que esa en mi carrera deportiva.
Independientemente de que no clasificáramos, el presidente de la federación, Eugenio Figueredo, quiso que firmara por los siguientes 4 años. Sin embargo, le expliqué que a mí no me parecía correcto. No lo era porque su mandato iba a durar solo hasta junio, y después había elecciones en la AUF –Federación de fútbol uruguaya-.
“Me enteré del nombramiento de Óscar Washington Tabárez por las noticias"
Mientras llegaban las elecciones, un día me decidí a escuchar a alguien que quería hablar conmigo. Unos empresarios que me dieron una invitación para ir a Qatar. A visitar a las altas autoridades del país, a ver el club y cómo era Doha. Y ver después si aceptaba una propuesta de ir a dirigir al fútbol de Qatar.
Dije que sí y precisamente como había quedado con Eugenio Figueredo, de esperar hasta las elecciones, solo firmé hasta junio. O sea, mi primer contrato con el Al Sadd de Qatar fue por cinco meses.
Pero en Doha me enteré por las noticias que la AUF contrataba al actual entrenador: Óscar Washington Tabárez. “Listo. Descarto el tema de la selección y renuevo por dos años en Al Sadd”, me dije.
Esa decisión dio lugar a trabajar más años fuera de casa. A conocer otros lugares de fútbol. Brasil con Internacional, Emiratos Árabes, Arabia Saudita o volver a Qatar en los últimos años.
Todo lo que me ha pasado en el fútbol lo tengo apuntado en un cuaderno de notas. Desde el año 85' arranqué a escribir todo lo que pasaba. Yo jugué hasta el 90'. De ese etapa tengo temporadas completas, frases de los entrenadores, análisis de partidos después de haber escuchado al técnico lo que había dicho y cuál era el plan de juego.
Después como técnico lo seguí haciendo. Conversaciones con los jugadores, apuntes de los equipos que he estado y diferentes aspectos tácticos. Hace poco, antes de un partido, estaba revisando unos papeles y encontré un trabajo de pelota quieta que hacíamos en Danubio en el año 98-99.
Ha pasado mucho tiempo, pero me sirvió para ese choque. Eso te hace ver que el juego no ha cambiado. Aunque a veces los entrenadores nos enredamos con ciertas cosas y nos olvidamos de lo esencial de este juego. Y lo esencial en esto, desde que comenzó, es que hay dos arcos: uno que debes atacar y otro que tienes que defender. Y el equipo que mejor haga esas dos cosas será el que gane.
En estos 24 años de viaje, no cambiaría ninguna de las líneas escritas. Bueno sí, solo una cosa. Si en algún momento he podido perjudicar a otras personas.
Todo lo demás lo mantendría igual en un cuaderno al que todavía le quedan muchas hojas en blanco por escribir.