Álvaro Cervera
Real Oviedo, 2022-2023
Surgió de un problema y terminó siendo un lema que nos unificó a todos.
La historia arranca varios años atrás. Fue en una concentración del equipo durante mi segunda temporada. Ahí uno de los jugadores se escapó, y al día siguiente la rueda de prensa giró en torno a ese suceso.
En una de las preguntas respondí que no entendía la razón de ese comportamiento, y menos cuando saben que soy un entrenador con capacidad de negociación con los jugadores.
Las salidas, los horarios para entrenar, los descansos... Yo he sido futbolista y sé que hay cosas que no se logran desde la imposición. Debes tener un cierto margen para llegar a acuerdos con el grupo.
Pero "la lucha no se negocia", apostillé.
Días después de esa rueda de prensa, me llamó un amigo de Cádiz para enseñarme algo que había hecho. Ahí me mostró un boceto en su ordenador de una camiseta con esas palabras.
"¡Me gusta!", le dije. Y me gustaba porque creo que no solo servía para el fútbol. También valía para la vida. Hay que superar las adversidades que encuentras en el día a día.
Con ese boceto hicimos una camiseta que sacamos y llamó mucho la atención. Empezó a rodar por la ciudad y entre la gente, y más aún después de que el club la pusiera en muchos sitios.
"Yo he sido futbolista y sé que hay cosas que no se logran desde la imposición"
Entre todos creo que hemos cambiado el Cádiz. Y yo me siento parte de ese cambio.
Llegué aquí hace cuatro años. Entonces el club estaba en Segunda B, faltando cuatro partidos para cerrar una temporada de la que no se esperaba nada cuando el objetivo a principios de año era ascender.
Un momento crítico, pero primero tuvimos la suerte de clasificarnos para el play-off y después de ascender a Segunda. Digo la suerte porque fue cuestión de eso, ya que en cuatro partidos un entrenador no puede hacer mucho.
Desde entonces este equipo no ha dejado de ir para arriba, aunque hay algunos que se crean lo contrario. Honestamente, no le presto mucha atención a las críticas. Tengo muy claro lo que quiero para mi equipo, resultados, y el modo de conseguirlo. Aunque algunos me tachen de defensivo.
¿Pero qué hay de malo en que a un entrenador le guste que su equipo mantenga un buen orden defensivo?
La primera temporada en Segunda logramos jugar el play-off de ascenso a La Liga. Un gran mérito para un equipo que venía de Segunda B. Ese mismo verano perdimos muchos jugadores, pero volvimos a ser fuertes en la siguiente temporada, quedándonos de nuevo muy cerca de poder ascender.
Aunque se intentara hacer ver que había un problema, no era así. El equipo estaba cumpliendo sus objetivos reales. El problema era que habíamos estado tan cerca de ascender en dos ocasiones - con un gran arranque de resultados - que nadie creía que seríamos capaces de hacerlo.
Pero esto es fútbol. Y pocas veces las cosas se cumplen de un día para otro. Hace falta una progresión y más en una competición como la Segunda española, que es extenuante, con 22 equipos compitiendo en condiciones muy diferentes.
Los tres que bajan de Primera cada año tienen un mayor bagaje. También llegan a unos contratos y presupuestos mucho más altos. Luego hay otros equipos que realizan una fuerte inversión una determinada temporada con el objetivo de intentar lograr ese año el ascenso a Primera. De este modo, siempre hay seis o siete considerados como favoritos para subir.
A todo eso, y para hacerlo mucho más complicado, se añadió el parón por la pandemia.
Aun así, logramos resistir para, a la tercera ocasión, lograr el ascenso. Eso sí, de una manera diferente. Como es el Cádiz.
Teníamos la oportunidad de conseguirlo en nuestro estadio y en nuestra ciudad, pero no pudo ser. Perdimos ante el Fuenlabrada, con lo que nos tocaba esperar a los resultados del domingo para saber si ascendíamos o teníamos que pelearlo en la siguiente jornada.
Yo esa noche me fui a la cama jodido. No tanto por no conseguir ascender ese partido. Me preocupaban más las sensaciones que transmitía el equipo. Desde la vuelta a la competición después de la pandemia no habíamos sido los mismos. No éramos el equipo que yo quería.
A la mañana siguiente, en domingo, el presidente nos citó a todos en nuestra ciudad deportiva por la noche para ver por televisión el partido del Zaragoza. Era el tercero en la clasificación y dependíamos de su resultado. Yo no le veía mucho sentido a esa idea, pero eran órdenes de arriba.
"Desde la vuelta a la competición después de la pandemia no habíamos sido los mismos"
Para sorpresa de todos, perdió el Zaragoza y matemáticamente ya éramos equipo de Primera. Un momento que, aunque al principio me parecía una idea un tanto descabellada como te decía, acabó siendo muy bonito. Pudimos vivir todos juntos el ascenso.
No sé lo que sintieron los demás, pero en mi caso fueron tres sensaciones encontradas las que tuve en ese momento.
La primera de liberación. Nos habíamos impuestos nosotros mismos una presión enorme por todo el buen año que estábamos haciendo. Subir o subir. No hacerlo era un fracaso.
La segunda de satisfacción personal, porque el ascenso se conseguía en base a un buen trabajo. No por una casualidad, como ocurrió en el ascenso a Segunda, por ejemplo. Esta vez sí nos lo habíamos currado bien.
Y la tercera de realización personal. “Ya está aquí. Después de mucho tiempo entrenando, ya no me lo quita nadie”, me dije.
Yo empecé como entrenador después de vivir momentos muy duros como futbolista. Había jugado muchas temporadas, siempre en equipos de Primera (Valencia, Racing de Santander, Mallorca e internacional con España también), pero hubo un momento donde empecé a tener lesiones que me llevaban al quirófano. Lesiones que al final me quitaron las ganas de jugar por sentir mucho dolor.
Eso me hizo dejar el fútbol antes de lo que pensaba, con la idea de que fuera para siempre. Nada de entrenar o cualquier otra cosa. Pero fue José Luis Oltra, entrenador por vocación, quien me hizo engancharme a este nuevo camino.
Cuando José Luis cogió vuelo como entrenador profesional, yo seguí su estela, dirigiendo a los equipos que él dejaba. Así que lo mío no fue vocacional, como lo suyo. Eso de que ya antes de dejar de jugar sabes que quieres ser entrenador. Me gustó a través de ir probando.
Ir acumulando experiencias desde abajo. Empecé en una academia entrenando a niños de seis años, para pasar después por todas las categorías. Algo de lo que me siento tremendamente orgulloso, y me ha ayudado a formarme. Para mí llegar a Primera suponía quemar una nueva etapa en este proceso.
Conseguido el ascenso, pude cumplir con mis hijos una promesa que les había hecho tiempo atrás.
Todos los jueves nos reunimos el cuerpo técnico para ver el último partido de nuestro siguiente rival. Uno de esos jueves tocaba en la casa del segundo entrenador –Roberto Perera-, cerca de Cádiz, en Puerto Real.
Antes de llegar al lugar de esa reunión, me llamó la atención el nombre de una de las viviendas que había cerca. En Andalucía y otros lugares de España es común ponerle un nombre a tu casa, casi siempre cuando son de una sola familia. Pues bien, esta se llamaba, y se llama: “La lucha no se negocia”.
Al regresar a mi casa ese día les dije a mis hijos que, si subíamos a Primera, iríamos a esa vivienda, llamaríamos a la puerta y veríamos a ver qué pasaba.
"Lo de ser entrenador no fue vocacional, me gustó a través de ir probando"
Y ese momento por fin llegó.
Lo que pasó al visitar esa casa fue algo increíble. Todos acabamos emocionados. Te confieso que acabé con lágrimas en los ojos. El dueño nos contó porqué la había llamado así. Se sentía reflejado en ese lema, y nos dijo lo que significaba para él y la gente de Cádiz lo que habíamos logrado.
Todas las ciudades están ligadas a su equipo, pero aquí lo viven y lo sienten muy adentro. Forma parte de ellos.
Sabemos que estar en Primera es un privilegio, pero somos conscientes de que nos pondrá a prueba. Dar mucho más. A los jugadores y a mí, pero será dentro de la idea que yo quiero, porque si la cambio no seré yo. Quiero que disputemos todos los partidos hasta el final. Convencer a todos que lo podemos hacer.
Nos lo debemos a nosotros mismos después de tantos años buscando llegar hasta aquí.
Pero, sobre todo, se lo debemos a la gente de Cádiz.
Redacción: Héctor García