Paco Jémez
UD Ibiza 2021-Presente
Un equipo de fútbol es como una orquesta.
No todo el mundo puede tocar el violín o el piano. Hay alguno que tiene que tocar los platillos. Aparece en el último momento, pero su intervención tiene que ser perfecta y en el momento justo para que todo quede redondo.
A mucha gente le sorprende que, del tipo de los platillos, un defensa aguerrido como era mi caso, haya salido un entrenador que apuesta por una filosofía de fútbol asociativo y ofensivo, siempre mirando la portería rival.
La respuesta es sencilla. Tuve la suerte de participar en grandes equipos y jugar al lado de enormes futbolistas. Bebeto, Rivaldo, Mauro Silva, Martín Vázquez…
Los envidiaba. Eran capaces de hacer cualquier cosa con el balón.
Como yo no pude jugar así, tuve claro que cuando fuera entrenador sí quería que mis equipos jugaran como esos compañeros.
Sin embargo, luego chocas con la realidad. Esa que dice que esta idea de juego posiblemente sea la opción más arriesgada de todas.
Y el riesgo lleva al miedo.
No en mi caso. Creo que el miedo es necesario. Nos mantiene vivos.
Tampoco en los jugadores que he tenido. Todos los futbolistas tienen dentro un puntito valiente. Lo único que debes saber es cómo tocar la tecla correcta.
Pero sí lo ha sentido mucha gente del entorno. Más de los que me habría imaginado me han pedido alguna vez cambiar mi idea.
Entre ellos algunos presidentes de clubes. “Paco. ¿Y si nos vamos un poquito más atrás?”.
Yo le respondo a todos lo mismo: “Si me aseguras que metiendo el culo atrás sacamos el resultado, lo hago”.
Pero en el fútbol nadie te puede asegurar eso. Tampoco la felicidad. Esta profesión es muy bonita, pero también muy jodida.
"En México había días que ni siquiera dormía. Se juntaba todo. Desde la presión de los resultados a la altitud de la ciudad"
Muchas veces lo digo en el curso de entrenador. Te preparan y enseñan genial, pero echo algo en falta.
¿Qué pasa cuando no consigues los resultados? ¿O cuándo tienes algún jugador encabronado contigo porque no juega? ¿O te pita la grada?
Eso no lo cuentan. Tampoco qué pasa cuando entras en un vestuario. Desde ese momento no dejas de pensar en otra cosa que no sea fútbol.
Me resulta imposible desenchufarme.
En ningún sitio soy capaz de hacerlo. Soy una persona que me gusta mucho el gimnasio. Muchos días me digo. “Venga, vamos a echar un rato con las pesas para desconectar”. Levanto dos pesas y ya está la cabeza con el run run.
Te voy a contar una anécdota que me ha pasado hace poco. Llevaba una semana en Madrid desde mi llegada al Rayo Vallecano. En una de las tardes que teníamos libre me fui al cine a ver la película “Taxi a Gibraltar”. Una película de un actor que me hace mucho de reír, Dani Rovira.
¿Te puedes creer que no me enteré de qué iba la película?
Cada día, al fútbol le dedicó todas las horas que estoy despierto. Yo duermo bien, pero poco. En el mejor de los casos cinco horas.
En México fue mucho peor.
Había días que ni siquiera dormía. Se juntaba todo. Desde la presión de los resultados a la altitud de la ciudad. Tuve que ir al médico para que me ayudara a conciliar el sueño, pero solo conseguía dar unas cuantas cabezadas por la noche. Aguantaba gracias al par de horas que dormía durante la siesta. Eso me daba la vida.
Llevó desde 2006 como entrenador, con diferentes etapas y situaciones. Pero te puedo decir que México me ha dejado marcado.
Es un país muy duro. En todos los sentidos. Un sitio donde pasan cosas que en España solo ves por televisión.
Desgraciadamente, una de ellas me tocó vivirla en primera persona, el trágico terremoto de septiembre de 2017.
Estábamos en una concentración para un partido ante el América y tuvimos que salir toda la plantilla corriendo del hotel de madrugada. En esos momentos no sabes lo que tienes que hacer porque no lo has vivido nunca. Realmente llegas a temer por tu vida.
Las consecuencias fueron terribles, con la muerte de 370 personas. Los días siguientes salimos a la calle para ayudar a la gente. Era lo menos que podíamos hacer por un país que me estaba tratando tan bien.
Como entrenador, reconozco que me equivoqué. Fui creyendo que iba a una liga menor y me di cuenta de que no era así. México tiene una liga competitiva, con buenos jugadores, enormes entrenadores, campos espectaculares y una gran afición. Da igual dónde juegues y la hora. Los campos siempre están llenos de gente.
Esa es la parte bonita, pero tienes que adaptarte a todo lo demás, porque no puedes pretender que millones de personas se amolden a tu manera de hacer las cosas.
"Tengo claro que me hubiera quedado más tiempo (en México) porque sabía que el proyecto estaba a medias, pero la familia me pidió volver"
No se trata de que sea difícil, sino distinto. Es otra manera de jugar y entrenar, pero como ocurre también en Europa. No es lo mismo cómo se trabaja, por ejemplo, en Holanda que en España. Así que imagínate la diferencia que existe entre dos continentes.
También tienes que trabajar con un modelo de competición diferente al que estás acostumbrado en España, donde tienes una liga de 38 partidos. Puedes empezar mal, pero luego tienes tiempo para recuperarte.
En México no.
Tienes una vuelta y el play-off. Así que te toca estar bien desde el principio, porque si no te quedas fuera de la liguilla, como nos pasó cuando jugamos el Clausura. Metimos muchos cambios y el equipo no empezó bien. Aun así, estuvimos a un punto de clasificar.
La ansiedad en Cruz Azul era muy grande porque el equipo llevaba seis campeonatos sin jugar un play-off. Hasta se hablaba de una maldición.
Por eso del club me decían: “Paco, tienes que meter al equipo en la liguilla y luego intentar hacerlo lo mejor posible. Si se puede ser campeón, campeón, pero el primer objetivo es meter al equipo entre los ocho mejores”.
Afortunadamente, en el Apertura sí empezamos bien y acabamos quintos. Eso por fin nos dio el billete para estar entre los ocho mejores. Nos tocó América en cuartos y empatamos los dos partidos a cero. Fuimos mejores en ambos encuentros, pero ellos habían quedado por encima de nosotros en la liga regular y pasaron de ronda.
A pesar de esa eliminación, hicimos un gran trabajo, alcanzando los objetivos que nos habíamos marcado a la llegada.
Tal vez lo más complicado de manejar en mi etapa en México fue la prensa.
Mucho más incisiva y mucho más hiriente que España.
Lo comprobé desde el primer día. Algunas entrevistas llegaron a niveles que nunca me habría esperado, pero sabía que si agachaba las orejas me comían.
En los primeros momentos me calentaba mucho, pero lo hacía porque había preguntas que me parecían ofensivas. No solo para mí, también para el club y mis jugadores. Por eso creo que la afición nos quiso tanto. No dejábamos que nadie pisará la imagen de Cruz Azul.
Tuvimos algún encontronazo más, pero al final hasta disfrutaba en las ruedas de prensa. De hecho, hay periodistas mexicanos que me han mandado mensajes cuando he firmado por el Rayo para decirme que echan de menos esos momentos.
Tengo claro que me hubiera quedado más tiempo, porque sabía que el proyecto estaba a medias, pero la familia me pidió volver. Es la única vez en mi carrera que he antepuesto la familia al fútbol.
Eso sí, México es una puerta que dejó abierta para el futuro.
En casa disfruté de mi familia y saqué tiempo para mi otra gran pasión, el golf.
Mi enfermedad por este deporte llegó en la transición de jugador a entrenador.
Un día en La Coruña (Galicia) un amigo me invitó al club de gol de golf de la ciudad.
Le dije que no. "Esto no es para mí, lo siento”.
Pero al final, con la excusa de ir a comer, me convenció.
Bajamos al campo y ahí la cagué.
Desde entonces no he parado de jugar. Solo no lo hice en México. Un año entero sin agarrar un palo. Pensé que sería imposible, pero resistí.
"Guardiola es un tipo excepcional. Aunque hables cuatro frases siempre sacas algo en claro”
Estos meses pasados sin trabajar me han servido para volver a estar “fino”, con un hándicap 3,6. Aunque lejos del 1,4 que llegué a tener antes de ponerme a entrenar. Incluso estuve a punto de pasarme a profesional, pero al final desistí porque tampoco me hubiera ganado la vida con eso y mi objetivo real era el fútbol.
En verano suelo jugar con Pep Guardiola. Tiene un buen swing el cabrón.
Guardo una gran amistad con él. Fuimos compañeros en la selección durante tres años y luego sacamos juntos el curso de entrenador. Siempre digo en broma que yo fui quien le enseñó todo.
Ahora en serio, realmente era difícil que un tipo con una idea tan clara de juego no triunfara. Me encanta estar con él. Aunque hables cuatro frases siempre sacas algo en claro. Es una persona excepcional, apasionado por su trabajo. Da más del cien por cien cada minuto.
Para mí no hay otra manera de ser entrenador.
Por eso cuando estás fuera lo llevas mal, muy mal. Los dos primeros meses es cierto que disfruté, pero a partir del tercero ya estaba nervioso.
Y sin necesidad de preocuparte, porque sabes que algún equipo saldrá -me daba igual que fuera de Segunda - te pones nervioso.
Después de casi un año fuera -nunca había estado tanto tiempo sin entrenar- te empiezas a plantear una pregunta: “¿Se habrán olvidado de mí?”
Por suerte no era así. El Rayo Vallecano me llamó.
Me unen lazos muy fuertes con este club. He pasado dos veces como jugador y ahora es mi segunda también como entrenador. Se trata de algo que va más allá de una cuestión deportiva; el Rayo es mi familia. Por eso no podía decirle que no.
Sé que será difícil salvarnos.
Pero tengo una cosa clara.
Qué nadie lo dude. Pase lo que pase, la próxima temporada estaré aquí.
Redacción: Héctor García