Irene Ferreras
Deportivo Femenino, 2022-actualidad
Era la primera vez que me siento profesional en todos los sentidos.
Sin tener que pensar en otra cosa que no sea fútbol.
Muchas veces me dan las 3 o las 4 de la madrugada con el ordenador, preparando las siguientes sesiones, informes sobre mis jugadoras o algún detalle táctico del rival del próximo partido.
Pero si te soy sincera, no me importa. Por muchas horas que le tenga que echar, esto es lo que quiero y lo disfruto a cada instante.
Aparte de mi capacidad de trabajo, creo que hay algo innato en mí como entrenadora: el trato con las personas. Se me da bien tener cercanía con las jugadoras, hablar sobre cualquier problema para conseguir sacar el máximo nivel de cada una de ellas.
Para mí son unas valientes. Y siento envidia sana de eso y la tengo porque yo realmente nunca tuve la sensación de que llegué a disfrutar como jugadora. Nunca llegué a ser del todo feliz sobre un campo de fútbol.
¿Por qué?
El miedo al error.
Soy una persona muy exigente conmigo misma, con hacer todo a un alto nivel.
Eso puede ser una ventaja, pero también una desventaja: no siempre te deja hacer todo lo quieres. Muchas prefieres evitar una situación en la que puedes fallar para hacer algo más simple, aunque sepas que lo podrías haber hecho mejor.
Pero como entrenadora conseguí darle la vuelta a esa situación. No quiero que mis jugadoras sientan lo mismo. No quiero que por miedo a fallar dejen de hacer algo que sienten.
Y si fallan, para eso estoy yo. La persona encargada de asumir las responsabilidades.
También la persona sobre la que recaen las críticas si algo no funciona. Muchas veces esas críticas intentarán echar por tierra ese trabajo. Sin motivo aparente, sin prestar atención a nada. Solo por el hecho de querer destruir.
"Realmente nunca nadie me ha hecho sentir que estoy en un mundo solo de hombres"
Pero esa es una de las que cosas con las que también tienes que lidiar en esta profesión. Y en mi caso, siendo mujer y entrenadora, algunas veces de manera más pronunciada.
Pero son críticas, nada más. Realmente nunca nadie me ha hecho sentir que estoy en un mundo solo de hombres.
Puede que a mis compañeros de clase en la Universidad les chocara un poco que quisiera ser entrenadora -era la única chica de clase-, pero eso apenas duró los diez primeros minutos.
El tiempo para ponernos a hablar de fútbol y empezar a realizar una tarea.
Tal vez sí hubo un poco más de comentarios en los clubes, donde las directivas están formadas por hombres. Lo típico: “¿Qué me va a enseñar a mí una mujer sobre fútbol?”
Pero no se trataba de enseñar nada a nadie, sino de apostar con todas mis ganas por lo que quería hacer.
Como lo he hecho desde pequeña.
Recuerdo que mis padres me regalaron un balón porque mi hermano y sus amigos no me dejaban jugar con ellos en la calle.
Pero yo no quería eso. No quería jugar sola.
Como te decía antes, soy una persona a la que le gusta tratar con la gente, y me fui acercando a ellos. Poco tiempo después, todos querían que jugara en sus equipos.
Del barrio pasé a jugar después en diferentes equipos y practicar distintos deportes. Era una niña muy activa, no podía parar quieta.
Con 14 años, mi profesor de educación física me llamó un día aparte para decirme que fuera a hacer una prueba en el Rayo Vallecano. Él conocía a la entrenadora y me dijo que iba a encajar en el equipo.
Un día después estaba entrenando con el Rayo.
"Mi padre ha sido un gran apoyo para mí. Nunca me ha dicho lo que tenía que hacer o cómo debía actuar; me ha dejado ser como yo quiero"
Una jugadora de ataque que, a los 16 años, sin embargo, decidió pasarse a la portería.
Se lesionó una compañera y le dije a la entrenadora que ocupaba yo ese puesto de manera provisional. Pero lo que en principio era para unos pocos partidos, terminó siendo mi nueva posición.
Me gustaba ser portera. Aunque a mí entrenadora no tanto, pero se acabó convenciendo.
Siempre he estado acompañada en todo lo que hecho por mi padre. Todos los días de entrenamiento me llevaba en coche y me recogía para ir después a casa. Incluso ahora viene a Valencia cada partido que jugamos en casa para ver al equipo. Tres horas para llegar, ve el partido y después se vuelve a Madrid.
Él ha sido un gran apoyo para mí.
Nunca me ha dicho lo que tenía que hacer o cómo debía actuar. Me ha dejado ser como yo quiero.
Recuerdo un duro momento, cuando no jugaba todo lo que yo quería. Llegaba a casa llorando, muy frustrada. Hasta que un día mi padre me dijo que teníamos que hablar.
“Hija, esto lo haces porque te gusta. Tienes que hacerlo para sentirte feliz. Pero si vas a seguir así, no tiene sentido para ti”.
Esas palabras me hicieron ver que no tenía sentido lo que estaba haciendo. Que tenía que cambiar mi punto de vista.
Para mí el fútbol siempre ha sido un vehículo de felicidad y, si no era así, no tenía sentido seguir. Aunque a veces cueste tomar esa decisión.
Un tiempo después tuve que enfrentarme a esa situación, con solo 26 años.
Lo que empezó como un lumbago se convirtió en un grave problema de espalda, con fuertes dolores todos los días durante dos años seguidos.
Intenté aguantar para operarme porque era muy joven, pero los médicos me lo recomendaron. No podía dejarlo pasar más tiempo. Al final he acabado con varias placas y bastantes dolores musculares que intento que no me afecten en mi día a día como entrenadora.
Después de dejar el fútbol tuve más tiempo para enfocarme de lleno en el entrenamiento. Terminar mi formación y empezar a trabajar en mi primer equipo.
Un modesto club de Madrid, con jugadoras veteranas que llevaban muchos años ya en el fútbol.
Empezamos la temporada con grandes resultados, con el equipo muy arriba en la tabla antes de Navidades. La gente me decía que iba a durar poco ahí, que seguramente vendría algunos de los principales clubes de Madrid para ofrecerme ser su entrenadora.
Yo estaba en una nube. Mi primer trabajo como entrenadora y todo estaba saliendo rodando.
Pero después de Navidades, la dinámica cambió.
Perdimos cuatro partidos seguidos. Y una tarde, el presidente del club me llamó a su despacho para que me reuniera con él.
“Irene, hemos decidido cambiar de entrenador. Lo hacemos porque creemos que necesitamos cambiar la dinámica del equipo”.
No podía creer que me estuvieran despidiendo. De un equipo modesto. Yo que me creía que lo sabía todo, que era una gran entrenadora como me decían...
Esas palabras del presidente me pesaron como una losa. Llegué incluso a cuestionarme si realmente valía para esto.
"Aparte de mi capacidad de trabajo, creo que hay algo innato en mí como entrenadora: el trato con las personas"
Sin embargo, con el paso de los días esa situación me sirvió de mucho. Me hizo ver después que necesitaba seguir trabajando, seguir formándome. En definitiva, que aún me quedaba mucho por delante. Algo que, por otro lado, era normal. Tenía menos de 30 años.
Esperé a la siguiente oportunidad. Un club a una hora y media de Madrid. La Solana, de Segunda División, en Ciudad Real.
El sueldo daba para poco más que para pagar la gasolina.
Y había que superar otros obstáculos. Teníamos un modelo de entrenamiento diferente –por llamarlo de algún modo. Contábamos con un grupo de jugadoras en Madrid, que yo había firmado para el club, y otro en Ciudad Real.
Así que entre semana yo entrenaba con las chicas de Madrid y otro grupo trabajaba con mi ayudante en la sede del club. Y los viernes nos juntábamos todas ya en Ciudad Real para entrenar, el sábado preparábamos el partido y el domingo jugábamos.
Los partidos de fuera de casa eran más complicados, ya que viajábamos de madrugada para llegar el domingo por la mañana al partido.
Un año duro, pero ese trabajo me abrió las puertas para volver al Rayo Vallecano como entrenadora.
Sentía que era una manera de agradecer todo lo que me había dado el club. No solo a nivel deportivo, sino también como persona, transmitiéndome grandes valores. Nos tocó pelear por la salvación. Con muchas menos armas que nuestras rivales, pero con mucha más ilusión.
Estoy segura de que sin todo lo que te estoy contando no estaría ahora donde estoy.
Sin ese primer despido, sin una gestión del equipo tan diferente en La Solana o sin aprender a pelear en el Rayo con menos medios contra equipos más grandes.
Compaginándolo todo con un trabajo de ocho horas, primero como reponedora de unos grandes almacenes deportivos y después como profesora de táctica en la formación de nuevos entrenadores.
Eso me hace valorar aún más las oportunidades que tengo por delante.
En la del Valencia también me quería sacar una espina a nivel personal: estar más de un año en un club. Algo bueno, porque he ido ascendiendo en cada paso, pero tenía ganas de crear un proyecto en el Valencia.
Disfrutando cada momento y enfocada solo en una cosa: mis jugadoras.
Redacción: Héctor García