Cosmin Contra
Jugador del Deportivo Alavés 1999-2001
No he vuelto a ver la final.
Nos juntamos para celebrar el 15 aniversario de ese momento y vimos algunos fragmentos del partido, pero nunca lo he visto entero.
Puede que sí lo haga con mi hijo en el futuro. Tiene quince años y juega al fútbol. Será una buena lección para él: ver cómo un club pequeño, con jugadores modestos, pudo competir contra los grandes equipos de Europa.
Aunque todavía esperaremos un poco. La historia no acaba con un final feliz. Todo lo contrario. Es cruel.
Demasiado cruel.
La última final decidida con Gol de Oro. A falta de pocos minutos para llegar a la tanda de penaltis y después de habernos quedado con nueve en la prórroga.
Llegamos hasta ese partido gracias a la confianza que tenía ese grupo de jugadores.
En mi carrera he estado en equipos como Atlético de Madrid o AC Milan, pero donde mejor me he sentido ha sido en el Alavés y en el Getafe, equipo con el que también viví una gran experiencia llegando hasta cuartos de final en la Europa League.
En mi etapa en el Alavés sentía que podíamos ganar a cualquiera.
¡A cualquiera!
El Inter de Milán, en octavos de final, nos dio un baño en Vitoria en casa. En casi todas las eliminatorias nos tocaba el primer partido en casa.
Un Inter con Christian Vieri, con Álvaro Recoba, y no sé quién más estaba por ahí…
Llegamos a estar 1-3 abajo en el marcador en el segundo tiempo. Entonces nos dijimos: "¿Cómo sacamos esto?’". Parecía imposible. Pero surgió un mensaje claro: "Chicos, a por ellos. A por ellos. No hay otra". Y a por ellos fuimos: logramos empatar 3-3.
Después del partido, la prensa nos preguntaba por el partido de vuelta.
"Ya veremos", les decíamos.
En la vuelta, el baño se lo dimos nosotros en San Siro. Un 0-2. No vieron la pelota. Podíamos haber ganado por muchos goles más.
En las semifinales - en cuartos eliminamos al Rayo Vallecano - con el Kaiserslautern ganamos 5-1 en casa y 1-4 allí. Una eliminatoria tremenda.
En el partido de casa, después de mi segundo gol de penalti, el entrenador -Mané Esnal- me llamó para que forzara la tarjeta amarilla.
"Qué no, qué no… Qué quiero jugar el partido de vuelta".
"¡Qué te pierdes la final!".
"En las horas previas al partido, ya en el estadio, aparecieron los jugadores del Liverpool. Uno a uno. Todos en traje, con su corbata roja. Impolutos"
Entonces forcé la tarjeta amarilla y no jugué el partido de vuelta. En ese choque salió en la segunda mitad Raúl Gañán, un compañero espectacular. Jugaba menos, pero apretaba muchísimo en los entrenamientos. No me podía relajar.
Eso te hace ver que la competencia dentro de un grupo es importante para un entrenador. No hay que dejar que nadie se relaje.
Incluso marcó un gol Raúl Gañán en la vuelta. Nos pusimos más contentos por su gol que por llegar a la final.
Hay una gran anécdota los días antes de jugar contra el Liverpool.
Nosotros nunca fuimos con el traje del club. En los viajes del equipo cada uno se ponía un vaquero, una camisa o iba en chándal. Días antes de la final llegó el presidente al vestuario y nos dijo que nos mandaba al costurero para cogernos medida para el traje. Todo el vestuario reaccionó de la misma manera: "¡¿Cómo?!"
"Nosotros hemos llegado hasta la final tal cual, y a la final vamos tal cual", le señalamos.
Después de eso, en las horas previas al partido, ya en el estadio, aparecieron los jugadores del Liverpool. Uno a uno. Todos en traje, con su corbata roja. Impolutos.
Le dije a mis compañeros: "Chicos, no pasa nada, los trajes no ganan partidos".
Hasta ese momento, cuando ya estás dentro del estadio, realmente no habíamos vivido la final. Cuando salí al césped para ver el campo se me puso la piel de gallina. Aún hoy todavía se me pone cuando hablo de ese momento. Había más de 25.000 aficionados con la camiseta naranja, el color con el que jugamos la competición. Habían llegado desde Vitoria. No nos lo podíamos creer.
Luego, eso sí, me giré y el resto del estadio estaba rojo.
Una final europea es un partido que se siente de manera diferente.
En el trayecto en el autobús, del hotel al estadio, ves todas las carpas que había montadas, el ambiente en la ciudad. La diferencia se siente aún más especial en la salida de los vestuarios. Allí estaban Michael Owen, Steven Gerrard, Jamie Carragher, Sami Hyypia, Gary McAllister… Todos eran internacionales. Jugadores top.
Pero nunca pensamos que el Liverpool era un equipo superior.
No nos sentimos inferiores a ellos. Por eso fue un partido de tal belleza, muy abierto.
Mané, nuestro entrenador, intentó cambiar algo de lo que habíamos hecho hasta entonces. Puso tres centrales en el once inicial. En el minuto 20 era 2-0 para ellos.
Nos miramos entre nosotros tras ese gol para levantarnos.
También el entrenador hizo un cambio: quitó un central, Dan Eggen, y metió un delantero, Iván Alonso. Y ahí cambió todo el partido. Esa sustitución del entrenador fue un mensaje, nos obligó a jugar más arriba.
"Aunque era una final y tienes nervios, fue un partido que disfruté. Con la sensación de que podíamos ganar"
El Liverpool también retiró sus líneas. Para nosotros, un equipo ofensivo, fue más fácil llegar a su área y centrar.
Se empezaron a suceder los goles. Iván Alonso hizo el primero, después dos goles de Javi Moreno. Fue una locura. Los jugadores del Liverpool no se lo podían creer.
Ellos eran muy favoritos. No se esperaban que pudiéramos darles esa replica, jugarles de igual a igual. Incluso en muchos momentos fuimos mejores.
Sabían de nuestra fuerza de hacer goles, porque habíamos hecho muchos en las eliminatorias previas, pero no creían que fuéramos capaces de hacerlo en una final.
A nivel individual jugué muy bien. Di dos asistencias y cree mucho peligro por la banda derecha. Aunque es una final y tienes nervios, fue un partido que disfruté, con la sensación de que podíamos ganar a un todopoderoso Liverpool.
Cuando empatamos con el gol de Jordi Cruyff y llegó el final del encuentro nos fuimos a hablar con el entrenador y nos dijimos que íbamos a por ellos. De verdad. Teníamos que ganarles.
Pero en la prórroga nos expulsaron a Magno Mocelin y luego a Antonio Karmona. Ahí se complicó mucho la cosa.
Con nueve jugadores solo pensábamos en sobrevivir. Llegar a los penaltis y luego ahí a ver qué pasaba, porque eso es una lotería.
Hasta que Delfí Geli se metió gol en propia puerta. Herrera, nuestro portero, dijo que sí gritó porque detrás de Geli no había ningún jugador del Liverpool.
Nos marcaron gol sin haber peligro. Eso es lo peor de todo.
Pero son cosas del fútbol.
Luego pitó el árbitro el final y me quedé jodido.
Permanecí en la portería, tumbado allí, durante cinco minutos. No sabía cómo se nos podía haber ido ese partido. Algunos jugadores del Liverpool se acercaron a consolarme.
Una enorme tristeza que duró hasta llegar a la cena. Independientemente de si ganábamos o perdíamos, el club había organizado una cena con la familia, los niños, amigos…
El presidente habló primero para darnos las gracias por lo que habíamos hecho. Luego habló el capitán, Karmona, y con dos bromas todo fueron risas. Éramos un grupo muy divertido.
¿Sabes lo que pasa? Cuando tú lo das todo y pierdes estás jodido, pero la satisfacción que tienes dentro es igual que si hubieras ganado. No pudo ser, porque el destino así lo quiso, pues ya está.
A la ciudad de Vitoria no le importó si habíamos ganado o perdido. Todo el mundo se echó a la calle. Nos recibieron como héroes.
Algo que no tiene precio.
Redacción: Héctor García