Walter Mazzarri
Entrenador desde 2001
Hay algunos principios clave que me han permitido dirigir más de 700 partidos.
El más importante es el respeto por las funciones de los demás. De hecho, cuando me gradué en el Centro Nacional de Entrenamiento de la Federación Italiana de Fútbol en Coverciano (Florencia), fue con una disertación sobre el rol y las responsabilidades del segundo entrenador. Desde entonces, he tenido claro que todos los niveles de la estructura de un club requieren fijar objetivos, desarrollarlos y cumplirlos. Sin intromisiones.
Ese principio es el que me ha permitido ascender como entrenador, cosechando muchos éxitos. Mi carrera empezó en el equipo juvenil del Bolonia, y estoy orgulloso de haber llegado a la Serie A tras sólo cuatro años en los banquillos.
Por el camino, dirigí en la cuarta, tercera y segunda división de la liga italiana. Cada temporada fue una mejora que me terminó llevando a la primera división italiana y, más tarde, a la Premier League inglesa. Incluso los mejores entrenadores que empezaron en las ligas inferiores suelen necesitar más tiempo para adaptarse, crecer y llegar a lo más alto. Para mí ha sido todo un ascenso.

Todo empezó cuando llevé al equipo juvenil del Bolonia a la final del campeonato nacional. Entonces acepté una propuesta para dirigir al primer equipo del Acireale, un club de cuarta división en aquella época, pero en el que yo había vivido el ascenso a la Serie B en mis tiempos de jugador. Tras una temporada allí —en una maravillosa ciudad costera siciliana a los pies del Etna— recibí una oferta del Pistoiese, de tercera división, en la Toscana.
También allí fue una temporada de éxito, cuyo punto culminante fue derrotar al Empoli, de la Serie A, en la Coppa Italia. Aquello fue noticia, y la temporada siguiente me contrató otro club toscano, el Livorno. Volví a la costa, pero esta vez en la Serie B. Logré el ascenso a la Serie A por primera vez en 55 años, aunque no era el momento de dormirme en los laureles. En lugar de eso, acepté un traslado al sur, a un club menor de la Serie A, el Reggina, situado en la punta de la costa calabresa.
"Lavezzi, Hamsik y Cavani. Con estos 'Tres Tenores' llevamos al Nápoles a la mejor etapa que había vivido desde Diego Armando Maradona”
La directiva de la Reggina me encargó mantener al club en la Serie A. En mis tres temporadas allí cumplí ese objetivo, que terminó con el milagro de la temporada 2006/07. Empezamos la campaña con una reducción de 15 puntos —que finalmente se rebajo a 11— como consecuencia del escándalo del Calciopoli. Al final, evitamos el descenso en la última jornada, ganando 2-0 al recién coronado campeón de Europa, el AC Milan. Fue un logro que llevó a 70.000 personas a celebrarlo en las calles de Reggio Calabria.
También me valió el Bergamotto d'Oro, que es una ciudadanía honoraria que otorga Reggio Calabria. Recibir este galardón, que suele concederse a quienes aportan gloria y riqueza a la ciudad, me produce todavía sentimientos indescriptibles. La gente de allí me adoptó y siempre me hizo sentir como uno de los suyos. Desde entonces soy seguidor de la Reggina, y por eso me duele ver cómo le cuesta recuperar su lugar en el mapa futbolístico.
En cualquier caso, guardo con cariño la experiencia que compartimos, las mejores emociones de la historia del club. Recuerdos que conservaré para siempre, como los que tengo de la Sampdoria, otro club de una ciudad situada junto al mar.
Allí, en sólo dos temporadas, construimos un equipo que se clasificó para la Europa League, donde derrotamos al Sevilla y alcanzamos los octavos de final. También llegamos a la final de la Coppa Italia de 2009, que perdimos en la tanda de penaltis contra el Lazio tras un 1-1 en el marcador. Fue la mejor etapa de la Sampdoria desde su época dorada de la década de 1980 y principios de los noventa, cuando ganó su único Scudetto y alcanzó la final de la Copa de Europa.

Y fue en la Sampdoria donde tuve la oportunidad de entrenar a jugadores importantes como Antonio Cassano, quien acababa de dejar el Real Madrid, llegando con algo de sobrepeso debido a la falta de entrenamiento y de juego. Cassano era internacional con Italia y pronto se convirtió en uno de nuestros jugadores clave. Era un atacante de inmenso talento, con una habilidad que inspiraba, pero que podía tener un carácter caprichoso. Así que me comprometí a transmitirle mis principios y mi visión. Me esforcé a diario por mantenerle en el buen camino. Un esfuerzo que él me devolvió con creces a través de sus actuaciones.
Dirigir a Cassano me dio una gran inyección de confianza para afrontar el reto que se me presentó cuando me incorporé al Napoli en el verano de 2009. Allí conocí a una joven estrella argentina, el delantero Ezequiel Lavezzi. Dos años menor que él era su talentoso compañero de equipo, el centrocampista eslovaco Marek Hamsik. Y a ellos se unió la temporada siguiente el atacante uruguayo Edinson Cavani. Con estos 'Tres Tenores' llevamos al Napoli a la mejor etapa que había vivido desde Diego Armando Maradona, dos décadas antes.
"Llevando el trofeo de la Coppa Italia a Nápoles vivimos unas emociones que quizá los aficionados sólo hayan vivido durante la época de Maradona o ganando el Scudetto en 2023"
Jugando en mi formación, Lavezzi —que hasta entonces había sido un jugador creativo sin demasiada capacidad goleadora— empezó a alcanzar sistemáticamente dobles dígitos de goles. Cavani, por su parte, explotó como goleador, registrando 33, 33 y 38 goles en sus tres temporadas en el club. El París Saint-Germain compró a Lavezzi por 33 millones de euros y a Cavani por 70 millones, lo que ayudó enormemente a las finanzas del Napoli.
Cuando llegué, el club venía fichando jugadores de equipos de la Serie A de mitad de tabla. Nuestras actuaciones llevaron al club a firmar a jugadores como Gonzalo Higuaín, Pepe Reina y José Callejón, procedentes de gigantes europeos como el Barcelona, el Liverpool o el Real Madrid. El éxito en el campo tuvo un efecto cascada que benefició a las finanzas del club.
La temporada anterior a mi llegada, el Napoli había quedado 12º. En nuestro primer año, pasamos a ser sextos, luego terceros —clasificándonos para la Champions League— y finalmente segundos, reemplazando en mi última temporada a Lavezzi por Goran Pandev, procedente del Inter. Pero el mejor recuerdo que tengo es la final de la Coppa Italia de 2012, en el Estadio Olímpico de Roma. Allí nos enfrentamos a la Juventus de Antonio Conte, que había ganado el Scudetto con una racha de 38 partidos invicto.
En aquella final ganamos merecidamente por 2-0. Era el primer trofeo del club desde el título de liga con Maradona 22 años antes. Llevando el trofeo de vuelta a Nápoles para celebrarlo, todos vivimos unas locas emociones que los aficionados del club quizá sólo hayan vivido durante la época de Maradona, y más tarde al lograr el Scudetto en 2023.

Con mi experiencia en el Napoli, el patrón de mi carrera había seguido una curva ascendente constante, pero también había otro patrón. A menudo bromeaba diciendo que necesitaba estar cerca del mar para tener éxito. Había crecido en la isla de Elba, una roca en forma de rana situada entre Toscana y Córcega. Allí, las olas añadían sal a la pasión que llevábamos en la sangre, una pasión que había sabido transmitir a mis jugadores para que lo dieran todo en el campo. Una pasión que compartían los aficionados de los clubes del sur de Italia que dirigí, Acireale, Reggina y Napoli, así como los de los clubes de la costa, Livorno y Sampdoria, que, aunque no eran del sur, eran igualmente apasionados.
Pero, hablando en serio, hasta entonces mi éxito se había basado en el rigor y la claridad. Adonde iba, hacía saber de antemano a la directiva que me tomaba muy en serio mis principios. Una vez firmado mi contrato y comprometido, trabajaría sin descanso para el club, pero la prioridad debía ser siempre el trabajo sobre el terreno de juego. Porque hasta entonces en mi carrera, el estado financiero, la reputación y el valor mediático de todos los clubes que había dirigido se habían beneficiado enormemente de nuestros resultados.
"Podría haber esperado ofertas de mayor prestigio, pero acepté el reto de dirigir al Watford en la Premier League"
Mi primer despido se produjo en mi siguiente cargo: el Inter de Milán. ¡Sí, en una ciudad sin mar! Allí había sido nombrado por el longevo presidente del club, Massimo Moratti. En mi primera temporada, a pesar de muchos problemas financieros, acabamos quintos, habiendo llegado a estar segundos. Pero Moratti vendió el club y, en la incertidumbre que siguió, me destituyeron a los 11 partidos de mi segunda campaña.
Sin embargo, el entrenador que me sustituyó no consiguió mejores resultados. De hecho, el Inter tardaría otros cuatro años en volver a la Champions League, y siete en ganar un trofeo. En retrospectiva, mi temporada en el cargo fue relativamente fructífera en una época difícil para el club. En las temporadas anterior y posterior a mi llegada al cargo, el equipo acabó noveno y octavo.
Con esa decepción como telón de fondo, estaba decidido a reponerme. Podría haber esperado ofertas de mayor prestigio, pero acepté el reto de dirigir al Watford en la Premier League, mi primera y, hasta la fecha, única experiencia en el extranjero. El Watford es un club que ha tenido muchos cambios de entrenador en su historia reciente. De los últimos 16 entrenadores, actualmente soy uno de los dos únicos que ha durado una temporada.

En esa campaña 2016/17, por primera vez desde el apogeo del club en la década de 1980, ganamos al Manchester United y al Arsenal a domicilio en la liga. También derrotamos al vigente campeón, el Leicester City, y al Everton, equipo clasificado para Europa. Todos ellos clubes con expectativas mucho más altas que las nuestras. Tras la victoria contra el Everton en diciembre éramos séptimos en la Premier League. Más tarde sellamos cómodamente una tercera temporada consecutiva en la Premier League, algo que el Watford sólo había logrado una vez antes. Fue una experiencia emocionante en el extranjero que me gustaría volver a vivir si se dieran las condiciones adecuadas.
Cuando regresé a Italia a mediados de la temporada 2017/18, me incorporé al Torino, cuyo propietario, Urbano Cairo, siempre me ha tenido en gran estima. Al final de la siguiente campaña, tras haber dado mi opinión sobre los fichajes y la preparación, habíamos sumado 63 puntos, un récord de la Serie A para el club desde la introducción de los tres puntos por victoria. En la segunda mitad de la temporada, sumamos 37 puntos, un logro descomunal para un club que suele estar en la zona media de la tabla.
"Fue una pena, porque durante tres meses tuve la oportunidad de trabajar con Khvicha Kvaratskhelia"
A falta de tres partidos, estábamos a un suspiro de la última plaza de la Champions League. Contra el Juventus, que llevaba siete Scudettos seguidos, estuvimos a seis minutos de ganarles por primera vez a domicilio en 24 años. Una victoria que nos habría permitido igualar al Atalanta, cuarto clasificado, de no ser porque Cristiano Ronaldo apareció para empatar con un cabezazo imponente. El sueño de la Champions no se hizo realidad, pero nos clasificamos para la Europa League. Y yo me sentía un entrenador consumado, alguien con reputación nacional y relaciones amistosas en todo el ámbito de nuestro deporte.
Pero el mundo del fútbol estaba cambiando, e inconscientemente yo también. Al intentar ayudar a presidentes con los que tenía amistad, o a sitios que me gustaban, empecé a olvidar mis principios y a aceptar retos a mitad de temporada. Desde entonces me he dado cuenta de que se había vuelto más difícil saber desde fuera si los clubes que me buscaban podían ofrecer realmente las mejores condiciones de trabajo.
El año pasado, por ejemplo, el Napoli era el vigente campeón, pero había vendido a algunos jugadores importantes cuando me pidió que me hiciera cargo del equipo en noviembre, tras una derrota en casa contra el Empoli. En mi primer partido de vuelta, tuvimos una semana entera para trabajar con la plantilla y ganamos a domicilio al Atalanta (2-1), el mismo equipo que más tarde ganaría la Europa League. A partir de ese día, sin embargo, empezamos a jugar partidos importantes cada tres días, sin tiempo para entrenar.

En enero me quedé sin Victor Osimhen y André-Franck Zambo Anguissa, que se fueron a la Copa Africana de Naciones. También vendimos a Eljif Elmas, uno de nuestros jugadores más comprometidos y con más talento, que nos había dado los tres puntos contra el Atalanta. Jugamos bien, pero debido a las lesiones y, sobre todo, a la ausencia de Osimhen, nos costó marcar.
Los resultados nos abandonaron y en febrero me despidieron. Fue una pena, porque durante tres meses tuve la oportunidad de trabajar con Khvicha Kvaratskhelia. Es un jugador con la intensidad, la generosidad y el talento de Lavezzi, pero con un mayor potencial goleador.
Desde entonces, he rechazado todas las ofertas que no respondían a mis exigencias. Sigo teniendo el fuego dentro de mí y tengo más experiencia y habilidad que nunca. Quiero demostrarlo encarando un proyecto en el que pueda trabajar con la base de unas condiciones transparentes desde el principio. Porque así es como he conseguido resultados y he aumentado los ingresos y la reputación de los clubes.
"Me da la impresión de que, independientemente del sistema, la interpretación del fútbol se está homogeneizando"
Y por eso he profundizado en el perfeccionamiento, estudiando a otros entrenadores. En este sentido, me ha complacido ver el éxito de la formación 3-5-2 -o 3-4-3. En Italia estas formaciones se han convertido en el dibujo principal, gracias a los magníficos resultados obtenidos por Gian Piero Gasperini en el Atalanta y Simone Inzaghi en el Inter. Me enorgullece decir que me siento en cierto modo un pionero de esta formación, ya que la adopté en la Reggina hace casi 20 años. Antes de mí, sólo Alberto Zaccheroni, en el Milan y el Udinese, y Renzo Ulivieri, en el Bolonia, habían hecho algo parecido.

Sin embargo, me parece que, independientemente de la formación, la interpretación del fútbol es cada vez más parecida. Todos los entrenadores quieren ser ofensivos y recuperar agresivamente la posesión cuando se pierde. Todos queremos mantener la posesión lo más posible, dando prioridad a los pases cortos. Los medios de comunicación lo han aclamado como una nueva ola, pero estos son principios que he mantenido durante mucho tiempo, como en el Torino en 2018, por ejemplo.
O en el Napoli, donde mezclábamos este enfoque con una mayor inteligencia estratégica. Éramos agresivos hasta que marcábamos, entonces yo hacía una señal que mis jugadores entendían y defendíamos un poco más atrás, para dar rienda suelta a Lavezzi, Cavani y Hamsik, que eran letales en espacios más amplios. Eso nos llevó varias veces a ganar a grandes clubes como la Juventus, el Milan, el Inter, la Lazio y la Roma, por 3-0 o 3-1. Pero si todos juegan un fútbol basado en la posesión, con pases cortos y sin variar nunca la trama, ¿disfrutan los aficionados, o acaban bostezando?
Puede que tenga 63 años y haya experimentado algunas desafortunadas elecciones, pero mis ideas siempre han funcionado y siguen siendo tan relevantes como siempre, con algunos retoques para el fútbol moderno. Eso me da confianza para afrontar nuevos retos, con una mente que se mantiene joven y unas habilidades que se han actualizado. Después de más de 700 partidos, tengo más ganas que nunca de enseñar el deporte del fútbol.

Walter Mazzarri